Comentario sobre la Epístola San Pablo a Tito
por Martín Lutero

Capítulo Uno

COMENTARIO DE LA CARTA A TITO

1:1 Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad,

Pablo. Para una epístola tan corta, la salutación es bastante larga, casi igual a la que figura en la epístola a los Romanos. Por otra parte, en las demás no tiene por costumbre añadirles salutaciones tan largas como las que preceden a las de los Romanos y a las de los Gálatas. El apóstol destinaba ésta únicamente a la Iglesia de Dios. Ya la misma salutación empieza por impartir enseñanza de la fe. Estructura sus palabras de tal modo que «sirven como armas de justicia para la mano derecha y para la izquierda» (2 Co. 6:7). Todo en ello brilla con fuerza y énfasis. Lo primero que destaca es que se denomina a sí mismo ministro. Cada ministro debería gloriarse de ser un instrumento de Dios a través del cual el Señor imparte sus enseñanzas, y no tener la certeza de estar predicando la Palabra de Dios. Pedro dice (1 P. 4:11): «Si alguno habla que hable como si fuesen palabras de Dios». Si ignora que imparte la Palabra de Dios, es mejor que guarde silencio; porque «Dios ha hablado en su santuario» (Sal. 60:6). Por tanto los herejes, a causa de su enorme ignorancia, deben guardar silencio. Quienquiera que se halle en la certeza de ser oráculo de Dios, sabe que complace al Señor porque dice lo que Dios mismo le transmite desde los cielos a través del Espíritu Santo. Pablo nos lo asegura.
Siervo de Dios es más genérico que ser un «apóstol». No es un siervo de la Ley; no es un siervo de los hombres en cuando concierne a la seguridad y a la certeza de su doctrina; ni tampoco es un siervo que intente imponer la esclavitud de la Ley. Así, cualquiera que se mantenga fiel a su propia función, es un siervo de Dios. Moisés fue un siervo de Dios. Leemos en Romanos 1:9: «A quien sirvo». «Siervo de Dios.» ¡Qué título tan magnífico y destacado! Es preciso ponderar cuidadosamente el apelativo de «siervo de Dios» porque la persona que lo ostenta tiene la responsabilidad de una tarea encomendada por el mismo Señor. Así intenta convencernos de que su palabra es la Palabra de Dios, como Moisés y los otros profetas también manifestaron: «Así dice el Señor». Fue absolutamente necesario reforzar este aspecto ya que la doctrina sobre la voluntad de Dios que Pablo traía, era muy nueva y era preciso hacer callar a los que alegaban: «Pablo era un hombre», etc... Agustín dijo: «Si alguien quiere enseñar, que se asegure de sus palabras y de su doctrina»1. En 1 Pedro 4:11 se dice: «Si alguno habla (que hable) como si fueran palabras de Dios».
Y apóstol. No sólo sirvo a Dios, sino que tengo una tarea encomendada. Aquí nos prénsenla otro tipo de certidumbre. No sólo sabe que sirve a Dios y que imparte la Palabra de Dios, sino que ha sido enviado y encargado por Él con la obligación de enseñar. Sin embargo, conocer la Palabra de Dios y enseñarla son dos cosas enteramente distintas. El poseedor de la Palabra de Dios no la enseña a menos que sea llamado a hacerlo, no debe hacerlo por cuenta propia. Con esto se demuestra lo que significa servir a Cristo y la clase de reino que es el suyo, es decir, el invisible y espiritual. Su reino no se ve; por tanto son sus Ministros los portadores de la Palabra y quienes gobiernan en nombre de ella2. Así se rige el reino de Cristo. Al decir que a Cristo sólo se le reconoce por la Palabra, anuncia la clase de ministerio que posee, el espiritual y el invisible. Pero ¿con qué propósito eres un apóstol? ¿Qué es lo que traes?
No es sin motivo que añade las palabras «apóstol de Jesucristo», ya que también leemos en Hebreos 3:5, que Moisés y los profetas se titulaban siervos de Dios, incluso el mismo David (1 S. 16:12-13). Moisés tuvo una misión y así la enseñó, tal como se cuenta en Éxodo 19 y 20; 2 Corintios 3:7 y Hebreos 12:21. «Estoy aterrorizado y tiemblo.» No sólo era el pueblo el que tenía miedo de lo que enseñaba, también a él le dominaba el temor. No tuvo fe en medio de las aguas de la rencilla (Nm. 20:12-13) y murió antes de entrar en la Tierra Prometida (Dt. 34:5). Sin embargo, Pablo no es la clase de siervo que fueron Moisés y los profetas. Como dice en 2 Corintios 3:7-11, trae algo mucho mejor. Por eso cita «un apóstol de Jesucristo» en 2 Corintios 5:20; y añade «para proclamar la fe», una frase que debería emocionarnos, como asimismo debería hacerlo el título del Evangelio (Mt. 1:1) «Libro de la genealogía de Jesucristo», lo cual significa que asistimos a la presentación del Unigénito y de los reyes y profetas que lo esperaban anhelantes. Por designio, sirvió en primer lugar a los judíos que odiaban el nombre de «Jesús» , le llamaban «Thola»3. Así lo cuentan los Hechos en 17:5 y en 25:24; los gentiles, específicamente Festo, lo corroboran. El siervo del Señor, empero, fue una excepción tal como se evidencia en sus epístolas: «Aunque me odiéis, sigo siendo el apóstol de Aquel que fue prometido a nuestros padres» y «el que me desecha a mí, desecha al que me envió» (Le. 10:16).
Conforme la fe: palabras extraordinariamente excepcionales y rebosantes de doctrina. De ellas puede derivarse la suma total de la vida cristiana. Contradicen los falsos dogmas. El apóstol suele unir fe y verdad, como en 1 Timoteo 4:12 y en Efesios 4:13-15 en que afirma que, al alcanzar la unidad en la fe y por el conocimiento del Hijo de Dios, conseguimos llegar a la Verdad; nuevamente en (Tit. 1:15) «Todas las cosas son puras para los puros». La fe es aquella por medio de la cual creemos en el Señor Jesucristo a través de la palabra de los apóstoles. Por ello, a través de Cristo, obtenemos la justicia y el perdón de los pecados como dice el canto de Zacarías (Le. 1:77) «Para dar conocimiento». La primera parte de nuestra doctrina es saber que a través de Cristo obtenemos el perdón de los pecados; dice en 1 Corintios 1:30: «Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios, sabiduría». A partir de esta fe, evidentemente se obtiene el conocimiento de la verdad. Y si poseo el conocimiento, vivo en el reino de la misericordia. Si resbalo y caigo, puedo volver a levantarme. También se deduce que las cosas exteriores no contribuyen en nada a la justicia, cosas como el lugar donde vivo y el traje que llevo encima, etc... En Calatas 2:21, concluye: «Pues si por medio de la ley se obtuviese la justicia, entonces Cristo hubiera muerto en vano». Portante «la circuncisión es nada y la incircuncisión es nada» (1 Co. 7:19); ni los votos monásticos, ni las misas, ni las cosas denominadas «espíritus elementales del universo». Saber esto es conocer la verdad. Así, de la fe surge el conocimiento que es la verdad, y cualquier cosa aparte de la fe no justifica. Se instituyeron tantas formas de orar entre los judíos y entre nosotros que son incontables. «Id y aprended lo que significa» (Mt. 9:13) es lo más importante y la única cosa que cuenta. Por ello, se equivocan aquellos que esperan complacer a Dios a través del sacrificio. Y de los discípulos que estaban arrancando espigas en sábado, Cristo dijo (Mr. 2:27); «El sábado fue instituido para el hombre». En este caso, se rechaza lo correcto del momento que consistía en la observancia de cada día, incluido el sábado. «Pues os digo que aquí hay alguien mayor que el templo» (Mt. 12:6). Es decir que la justificación no reside en el sábado, sino en la fe en Cristo. Creer en la justificación del sábado es creer en algo contrario a la verdad. Pero ¿y la luna nueva? Tampoco cuenta, dice Pablo (Col. 2:16). Es cierto. ¿Por qué ayunamos con tanta frecuencia? Somos «hijos del matrimonio» dice (Mt. 9:15). Existe un ayuno bueno y auténtico, no como el mencionado por Mt. 6:16 que por ello rechaza. El ayuno no es la justificación, sino la fe en Cristo que si se posee, se es grato a los ojos de Dios, tanto si se ayuna como si no. Comed todo lo que Dios os ha dado. «Nada es de desecharse», afirma Pablo en 1 Timoteo 4:4. ¿Y por qué David comió los panes de la Proposición? (Mt. 12:3-4). Nada es puro o santo salvo la fe. Para nosotros todas las cosas son sagradas, incluso los pecados cometidos contra las tradiciones humanas. Así tocar el cáliz o quitarse la quipá que resultan ser grandes pecados, justamente se tornan sus opuestos. No existe ni condena ni salvación en los objetos exteriores, sólo en la creencia. Por ello, de acuerdo con Cristo, afirmamos que nada justifica salvo creer en Cristo. De ahí que todo cuanto se haya instituido a los fines de cualquier justificación, constituye un error. Por ello, los decretos del Papa y las normas de los padres también constituyen error a causa del carácter exterior de las ceremonias impuestas por motivos alimentarios. Son un error porque entran en conflicto con la doctrina que dice: «El cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra salvación» Romanos 4:25. Así, con una palabra, quedan borradas toda pompa y toda tradición, y la fe y la verdad reinan por doquier. Yo no predico la necesidad del ayuno o de respetar el sábado; no soy un apóstol que busque altares, misas o vigilias. Por tanto, nada que no sea la fe y el conocimiento, conduce a la rectitud. Como ya se ha dicho anteriormente, quien se entrega a Cristo, posee su conocimiento. Esta es la auténtica iluminación tal como nos enseña el ejemplo de Cristo en el Evangelio cuando rechaza todo cuanto le presentan sobre la Ley de Dios o las tradiciones de los hombres: «Mas en vano me rinden culto» (Mt. 15:9); como hemos dicho, Pablo expresa lo mismo incluso con una energía mucho más contundente. Conocer la verdad es saber todo aquello que nos hará libres. Es gran cosa que un infeliz como yo se vea obligado a publicar que el Papa y los clérigos están sumidos en el error y sin embargo, es cierto, no comprenden a «un apóstol que habla de acuerdo con la fe y el conocimiento de la verdad». Sabemos que todo aquel que se halle en Cristo es libre, ya sea de la ley de Moisés o de la del Papa. Si os casáis no pecáis, ni pecáis si coméis pescado en viernes. 1 Corintios 3:21, 23: «Todo es vuestro»; con una excepción: «vosotros sois de Cristo». Lo que vosotros, los apóstoles, predicáis, lo acogeré si me place, en caso contrario lo rechazaré. En cualquier caso, el peligro para nuestras almas reside en no creer en Cristo, no en faltar a su obediencia. Por eso dice: «de acuerdo con la fe».
Los escogidos de Dios. ¿Por qué esto? Al parecer, esta epístola fue escrita hacia el final de la vida del apóstol cuando ya se hallaba gravemente enfermo. Como le ocurría al profeta Jeremías, no le hacían caso. Se le acusaba de embaucador y de hereje y de destruir a Moisés y al templo. Como cuenta en 1 Corintios 4:13, agitaban el odio de los gentiles para que el pueblo se le pusiera en contra, mientras los falsos apóstoles minaban las iglesias. ¿Qué podía hacer? «Predico y oro en medio de un gran peligro. Les brindo la mayor de las bendiciones y así es como me pagan. Así se calumnia al Evangelio, y de nuestras enseñanzas surgen las herejías. Sin embargo, todas estas calamidades no me impiden predicar el Evangelio aunque haya judíos blasfemos, y aparezcan herejes y paganos que me persiguen. A pesar de ello, seguiré predicando porque sé que los elegidos lo aceptarán.» Con esta manifestación evidencia la tragedia que sufre la Palabra de Dios. Caerán a la cuneta. «Lo hago todo para los elegidos.» Nosotros debemos actuar de la misma manera. Los papistas nos difaman. Además, muchos de los que han trabajado y sembrado con nosotros, están creando sectas. Los anababtistas, los sacramentaristas, los del pecado original4 y demás fanáticos que han aparecido. Gracias a que Dios no me hizo saber que tropezaría con tantas herejías, de lo contrario no hubiera tenido fuerzas para empezar mi misión. Pero nos consuelan las palabras: «No empezamos por vosotros, tercos, ni por los sacramentaristas, ni tampoco abandonaremos por causa vuestra. Empezamos en atención a los que han de venir». Así, la palabra de Cristo tropieza con innumerables sectas e inconvenientes que impiden su difusión, sin embargo, a pesar de ello, la Palabra prevalece. Los enemigos del Evangelio me preguntan: «¿Para qué sirve tu evangelio? La gente degenera al nivel de las bestias. No nace nada bueno. Surgen guerras y toda suerte de malignidades. La herejía y la discordia florecen». Dejemos que ocurra. Yo predico la fe a los elegidos y no permitamos que la confusión domine a ninguno cuando asistamos a la persecución de la Palabra y a la aparición de las sectas. «Porque la fe no es de todos» (2 Ts. 3:2) es nuestro consuelo, como seguramente lo fue de Pablo. Aunque haya quien no acepte esta fe, sigue presente entre los elegidos de Dios. Dice tanto con tan pocas palabras. La fe prevalece contra todos los esfuerzos, actos, desfallecimientos de los elegidos, persecuciones, la cruz, etc...5
La fe. Pablo ataca a los falsos apóstoles. No por la Ley, ni por la circuncisión, ni por relatos como los de Moisés, las tradiciones de los antepasados, rosarios, votos, misas, vigilias, obras monásticas como las de los papistas, el abandono de las propiedades como entre los anababtistas... ¡sino por la fe! El Antiguo Testamento y todas las formas de oración y de búsqueda de la justicia, son abolidos. En 1 Corintios 1:17 vemos el tipo de predicación que merece el nombre de «apostólica»: «Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio». Es decir, a predicar la Palabra que no necesita de actos, sino de fe; la Palabra de la que se habla en Romanos 10:10, o en el sermón de Romanos 3:23: «Todos hemos pecado». Y en Hechos (1:8): «Y hasta lo último de la tierra».

La verdad que es según la piedad. Aquí nuevamente distingue entre el «ejercicio corporal» (1 Ti. 4:8) y la piedad que evita los extremos y se halla en el justo medio. La piedad significa servir a Dios y adorarle adecuadamente. Entre los cristianos, orar o adorar a Dios no es identificarse con esa serie de actos ostentosos que castigan al cuerpo como cantar por la noche, ayunar y torturarlo. Dios no conoce este tipo de adoración; sólo donde se usa su Palabra adecuadamente, se le adora con pureza. La fe y el amor de Dios eleva las almas y su obra alcanza al prójimo. Creer en Cristo, sentir compasión por el pobre y el débil, y persistir en ello, esta es nuestra religión, es decir, la religión cristiana. Y si a ello le sigue la cruz, el cristianismo se hace perfecto. La piedad es creer en Jesucristo y amar al hermano. Para conseguirla, hay que construir la fe mediante la Palabra. En este caso, se sirve a Dios porque las habitaciones del Espíritu están preparadas para Él. Para lograrlo, no se requiere castigar al cuerpo como en el caso del ayuno; lo que se precisa es una meditación diligente. Esta es la obra del alma y declararlo es el más alto ejercicio del cuerpo. La piedad6 es el sentimiento que los padres sienten por los hijos y viceversa. Quien conoce la verdad no está vacío porque «vive de acuerdo con la piedad» que no sólo es didáctica, sino que la contiene. Llama a Timoteo «un buen ministro de Cristo» (1 Ti. 4:6). Cuando yo predico que sólo la fe en Dios es sinónimo de justicia, tanto si se es siervo, célibe o casado y que todo lo demás no importa. La fe llega porque enseño a las almas el modo como deben creer. Por tanto, sólo en la fe y en la verdad es posible la justicia porque sabemos que nada ata a la conciencia, y dado que también sabemos que nos sirve para la vida presente, su propósito es redimirnos no sólo del pecado, sino de la misma muerte. La muerte es por causa del pecado y «porque la paga del pecado es la muerte» (Ro. 6:23). Nuestra doctrina se basa en que enseñamos la justicia que nos prepara para la vida eterna. Es su punto central. Los creyentes se han liberado de las tradiciones humanas aplicándose a ellos mismos los supremos beneficios de la doctrina cristiana.

1:2 en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos,

En la esperanza. La impiedad nos impide percibir la vida. Primero debemos cambiar. Nuestra vida empieza en la esperanza, en aquello que anhelamos pero que no vemos (Ro. 8:24). La esperanza y la cruz deben caminar juntas y simultáneamente, ya que donde se practica la piedad, no falta la cruz. Donde todo está condenado, no hay paz, sino cruz (Mt. 10:34). Sin embargo, al ser portadores de la Palabra, recibimos los reproches y ataques de los malignos y de los mismos hermanos, y el Diablo no cesa de acusarnos. Pero bajo esta cruz yace oculta la vida eterna, y si no lo está, significa que la gozamos en el presente; por tanto la esperanza es nuestro alimento. Cuando soy consciente de mi pecado, a pesar de ello también lo soy de la vida, e incluso en el momento de la muerte, me digo: «Estoy vivo y viviré». Si un mártir ha de resistir el sufrimiento, ha de hacer abstracción de lo que le ocurre, de lo contarlo la desesperación lo abatirá. En lugar de ello, ha de decirse: «Aunque reconozco mi pecado, Jesucristo intercede y no nos acusa». Dicha intercesión debe sustentarse en la fe según la cual, aún conocedores de la acusación de Cristo, conservamos la esperanza en su intercesión. Para mí, en la muerte habrá vida porque Cristo es el señor de la muerte. «Aunque pase por el valle de sombra de muerte» dice el Salmo 23:4. Evidentemente se da cuenta del fin inminente, pero asegura: «no temo ningún mal». Contrariamente a las apariencias externas, aquí reina la esperanza y no cree en un Dios absurdo. También nosotros experimentamos la cruz y nos enfrentamos a la muerte, tal como nos dice en Romanos 8:38, y si no, ya se encarga Satán de inyectarlo en nuestra conciencia. La muerte y el pecado son reales, pero yo anuncio la vida y la fe esperanzadas. Por tanto, si se desea ser salvado, hay que luchar contra nuestros sentimientos. Tener esperanza significa esperar la vida en medio de la muerte y la justicia en medio del pecado, ya que nadie puede concebir una vida en la que no exista el pecado. No sirve de nada convertirse en un cartujo. En lugar de ello, hay que decirse: «Soy un pecador y jamás podré salvarme yo solo. He acogido con ingratitud las bendiciones de Dios. Pero, aún en medio del pecado, albergo la esperanza de la vida eterna». Esta es la gran proclama: «Pero la esperanza que se ve, no es esperanza» (Ro. 8:24)7.
Habréis advertido en el saludo contenido en esta epístola que Pablo exalta y alaba su ministerio, pero con una especie de orgullo sagrado que no es más que la confianza en Dios y una afirmación rotunda contra las tradiciones de los hombres que enseñan lo contrario; son «una caña sacudida por el viento» (Mt. 11:7). Es mi deber enseñar la fe a los elegidos, el conocimiento de la verdad en la que reside la auténtica justicia, provechoso no sólo para la vida presente, para el alimento del cuerpo, sino para una vida eterna basada en la esperanza. Son palabras grandes e inapreciables sólo comprensibles a través de la fe.
La cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos. También ésta es una manifestación de confianza dirigida a los débiles y tímidos en la fe, cuando dice «que no miente», ya que creer que esperamos tener una vida eterna sobrepasa cualquier comprensión (Fil. 4:7), incluso la de los piadosos. Los impíos y paganos, en cambio, la ridiculizan. Lo consideran una locura (1 Co. 1:18). Los saduceos no creían que existiera una vida más allá de la muerte y se burlaban de la idea, del mismo modo que Plinio y sus compañeros, incluido Suetonio8. Pero el hombre piadoso lo cree firmemente, porque creer en la vida eterna es la doctrina más insigne. Para animar a los débiles de fe, afirma «que no miente», que es mucho más efectivo que si hubiera dicho «el que dice la verdad». Cuando se habla, una afirmación negativa añade fuerza a la expresión de los sentimientos. «Él no me mentirá.» Así hay que animar al débil con estas palabras: «¿No crees que Él mantendrá sus promesas?» Así consuela Cristo en Lucas 12:32: «No temáis manada pequeña». Los creyentes siempre han necesitado este consuelo, porque tan pronto un hombre empieza a reflexionar sobre lo que le rodea, irremediablemente acaba tropezando con la idea de la vida eterna. Al ser nuestro convencimiento primero el hecho de que somos unos pecadores, resulta sublime creer que Dios nos ha preparado un lugar en la vida eterna. Eleva al pobre del barro y lo saca del pecado y de la muerte. Corona a los indignos. Así dice en Juan (Jn. 14:1-2): «No se turbe vuestro corazón. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Se os ha prometido la vida eterna. Es algo grande, pero no temáis. Sois un rebaño pequeño pero debéis tener el coraje de creer porque ello complace al Padre. Además, si no estuvieran preparadas las mansiones, yo iría ahora a prepararlas».
Aquí, nuevamente, suprime la necesidad del mérito9. Nosotros no lo merecemos, somos indignos. Dios nos desea humildes y desechando la gloria y el poder, pero, a la vez, nos manifiesta su amor y su misericordia. La luz nos fue dada, pero no porque la pidiéramos, sino «siglos atrás». Así Cristo dice en Mateo 25:34: «Preparado para vosotros». Esta frase del Nuevo Testamento contradice la idea del mérito, como en los Calatas (3:18): «Porque si la herencia es a base de la ley, ya no depende de la promesa; pero Dios la otorgó a Abraham mediante la promesa». Por tanto, la promesa es una muestra íntegra de misericordia al no ser consecuencia de la petición de nadie y el mayor de los consuelos para las conciencias débiles. Él no basa la obtención de la vida eterna en nuestras virtudes o nuestros méritos. Si lo hiciera, nadie se salvaría. Somos frágiles, inestables, y en menos de una hora ya hemos caído en la impiedad y el descreimiento. Por ello, para que nuestra esperanza pueda ser sólida y segura, la vida eterna ha de basarse únicamente en la promesa de Dios que no miente. Es veraz y firme. El hombre insensato construye sobre la arena (Mt. 7:26). El término «hace siglos» también contradice la idea del mérito, y demuestra que Dios no varía. Ni la promesa ni Dios son temporales. Hizo libremente la promesa sin nadie que se la pidiera o se la mereciera. La hizo y la completó en su propio seno ya antes de la misma existencia del mundo aunque no la manifestara en aquel momento. ¿Qué mérito hubiera tenido su promesa eterna si no nos la hubiera manifestado? Lo hizo a su debido tiempo, es decir en el momento de la llegada de Cristo, enviado para manifestarse al mundo, aunque primero lo anunciara a través de Jacob y Daniel. Contra nuestros fanáticos dice: Su Palabra a través de la predicación. Habla de la Palabra oral. A continuación cuando dice que me fue encomendada significa que no fue obra suya. A Pablo no se le dotó de la Palabra interna que sólo predica el Espíritu Santo por inspiración. «A través» indica que el Señor le permitió que predicara.

1:3 y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador

Por medio de la predicación. Aquí explica claramente la clase de siervo de Dios y apóstol de Cristo que es, no alguien que ora a Dios como hizo en un tiempo cuando observaba la Ley, según cuenta en Filipenses 3:9 y hacían los judíos y aún practican los papistas, sino «a través de la predicación» como leemos en los Hechos (10:42). ¿Qué clase de reino es el de Cristo? Uno espiritual e invisible. Él mismo está visiblemente ausente, pero a través de su Palabra gobierna y administra su reino. Sin embargo no se trata de un reino político como creen los fanáticos; sus siervos no están armados, sino que predican en debilidad tal como se lee en Calatas 4:13 y 1 Corintios 2:3; no consta de ceremonias ni pompas externas, ni de lugares especiales para reunirse las personas, como suponen los papistas, que cuando predican, no hablan de la fe sino de sus propias suposiciones.
Y cierra el círculo llamándose nuevamente apóstol. No se refiere a ningún elemento ceremonial, sino a la Palabra relativa a la fe y a la verdad que enseña la justicia. Por delegación, es decir, algo que se ha encomendado a alguien. Se refiere a que cada heraldo debería llevar un mandato, un encargo, una orden; por tanto ha de tener un mandato, una autoridad o un derecho para instruir y enseñar, tal como dicen los legistas: «Tengo un mandato para predicar. El Señor, el Salvador, me lo ha dado». Este hermoso saludo da a conocer en muy pocas palabras el resumen total de la doctrina cristiana, aun cuando lo sea bajo la forma de exhortación. Pablo es un apóstol no de los hombres, sino enteramente de Dios. Por ello, la palabra que lleva es la Palabra de Dios.

1:4 a Tito, verdadero hijo en la común fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo nuestro Salvador

A Tito, verdadero hijo, continúa el saludo. «Verdadero» es decir sincero, o en alemán rechstschaffen. Este apelativo no sólo se refiere al mismo Tito, sino que Pablo lo emplea para distinguirlo de los falsos apóstoles por haber tropezado con muchos y de lo que se queja repetidamente en sus epístolas. A pesar de haber instruido a numerosos hijos, algunos de ellos se tornaron ilegítimos, degenerados y falsos, hijos sólo de nombre no de hechos. Pero de Tito dice que se esfuerza en seguir los pasos de Pablo (2 Co. 12:18), que enseña lo mismo y que en todo se expresa a imagen de Pablo tanto de palabras como de hechos. Si todos enseñan, piensan, dicen, viven y expresan lo mismo en lo que se refiere a Jesús, nunca caerán en ninguna herejía. Además, compartirán las mismas cruces y sufrimientos, los cuales favorecen la mutua compasión, con lo que sus conductas públicas y aspiraciones espirituales serán parecidas; tendrán la misma actitud y juicios, vida, cruz, sufrimientos y compasión idénticos. Con esta afirmación también señala a los falsos apóstoles que sólo imitaban a Pablo en parte, es decir en el bautismo pero no en la predicación. Por ejemplo, enseñaban que no había resurrección de los muertos (1 Co. 15:12). En verdad, Tito se mostró íntegro y no un degenerado como los otros. Para evitar la impresión de que pudiera ser su hijo natural, añade la palabra espiritual: «Yo te he enseñado y a través de mis enseñanzas te has regenerado en la fe. Por ello, soy tu padre espiritual y tú eres mi hijo». De la misma manera que un hijo obtiene la sustancia y la naturaleza del cuerpo de su padre, así este hijo espiritual obtiene la fe de Pablo, su maestro. Así, se parece a su padre en que posee la misma fe que vosotros y que yo. Cristo prohíbe llamar a nadie «padre» o «maestro» (Mt. 23:9-10). ¿Qué podemos decir nosotros de este «no llaméis»? Santiago declara: «No os hagáis maestros muchos de vosotros». ¿Por qué dice aquí que es el padre de Tito, y a Timoteo (1 Ti. 2:7) que es «el maestro de los gentiles»? Encontramos una expresión similar en 1 Corintios 4:15 y en 2 Pedro 3:4: «Los padres durmieron» refiriéndose a los apóstoles a los que llama «padres». Todo aquel que es un padre en Cristo no divide los padres en varios. Pablo el maestro era el vicerregente de Cristo. Arrio es un padre de índole distinta a Pablo; ambos fueron muy diferentes en sus enseñanzas y en su vida, y la forma separada de unión en Cristo. Si sólo ha de haber un padre, en ese caso Cristo es nuestro Padre en Pablo, en Juan o en Pedro. Así, todos nosotros somos hijos en Cristo porque Juan no enseña nada distinto de Pedro. Por eso pueden ser llamados padres en Cristo pero no como personas, porque cuando oigo que me habla Cristo no lo hace con las palabras que tendría el apóstol como persona, sino que es el Señor que habla por su boca. Así, llamo «padre» a Pablo no por él mismo, sino por Cristo. Dice a los Corintios (1 Co. 11:1): «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo», es decir, no solamente «de mí», sino «de mí como», etc... Esta unión con Cristo es un ejemplo de cómo se explica la relación entre Cristo y Pablo. En este sentido, nosotros somos todos padres siempre que nuestra paternidad redunde en Cristo, nuestro Superior. A través de los apóstoles nos habla y nos gobierna. Ni el papa ni los herejes lo hacen. Ellos no dicen: «Sed imitadores de nosotros como nosotros lo somos de Cristo». Cristo no habló de los días de observancia, etc... Si el Papa dijera: «No quiero que me imitéis en la medida en que yo imito a Cristo», se le podría aplicar el texto (Jn. 10:5): «Mas al extraño no le seguirán, sino que le huirán, porque no conocen la voz de los extraños». Esto se ajusta a cualquier padre o predicador en el cual no oiga la voz de Cristo.
Gracia y Paz. En sus otras epístolas acostumbra a combinar ambas; al escribir a Timoteo coloca la «misericordia» en medio (1 Ti. 1:2). Creo que lo hizo para expresarse con mucho mayor vigor contra los falsos apóstoles. Otros le califican de obispo en batalla. Sin embargo, a pesar de que a Pablo le asalta continuamente el sentimiento de haber predicado en vano y de que la Palabra sólo permanece en unos pocos, sigue con su salutación. «Quiera Dios concederos su misericordia», dice. Aquí habla con el mismo sentimiento: «Estoy perdiendo a aquellos a los que he servido cada día y mis enemigos nacen de entre mis propios hijos. Tú eres el único que me queda». Así, refuerza su saludo a causa de la emoción que siente y de las pruebas que sufre, cada día más severas. Yo, por mi parte, haría lo mismo, y seguro que los peligros provocarían en mí emociones mucho más intensas.
La gracia es el favor de Dios por medio del cual nos son perdonados todos nuestros pecados. La misericordia es lo que le induce a tener piedad, a vigilarnos cuando somos imperfectos y caemos, y a aumentar sus dones. El tercer aspecto benéfico es la toma de conciencia. Atribuye el mismo honor a Cristo y al Padre y demuestra que Cristo es auténticamente Dios por naturaleza puesto que la concesión de estos tres dones constituye la característica distintiva de la obra de Dios. Por tanto, cuando la gracia procede de Cristo, constituye la prueba de que es Dios, ya que el Señor no entrega a nadie más la gracia de la posesión de los mencionados tres dones. Hasta aquí el saludo y el precepto.

1:5 Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé;

Por esta causa. En este fragmento es evidente el carácter de alabanza y exhortación de la epístola, ya que la enseñanza e instrucción contenidas en ella versan sobre la moral. En cambio en otras epístolas habría empezado a hablar de la misericordia de Dios mostrada a la raza humana a través de Cristo. Impelido por la necesidad de tener que visitar otras iglesias, había dejado a Tito en Creta donde no había podido permanecer tanto tiempo como deseaba. Por ello no le había sido posible nombrar a los ancianos que deberían enseñar la Palabra después de su partida. En realidad, había nombrado a algunos pero no en todas las ciudades ya que se había visto obligado a partir. «Así -dice- que por esta causa te dejé aquí. De lo contrario te hubiera llevado conmigo. Debías poner orden en lo que faltaba.» Pablo indica que sólo deja algunas cosas arregladas, por lo que Tito ha de acabar las restantes que le ha sido imposible solucionar. Por tanto, le dice: «En las ciudades en las que encuentres que no hay iglesias, establece y ordena ancianos. Nombra al que tenga que ser ordenado, ya que aunque todos son sacerdotes, no todos son ministros».
Todos los cristianos son sacerdotes como dice en 1 Pedro 2:5, 9. Jeremías 31:34 dice: «Porque todos me conocerán» e Isaías 54:13: «Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová». La misión de los sacerdotes es enseñar, orar y sacrificarse. Lo primero es conocido de sobras, lo segundo lo determina en la declaración «y cualquier cosa que me pidáis etc...» (Jn. 14:13); el tercero se enseña en Hechos 13:5 y en Romanos 12:1. Pero no todos son ancianos, es decir ministros, como había encargado a Tito. Primero le da el encargo general de nombrar a los ancianos y a continuación le detalla la clase de hombres que hay de elegir.
Todos los cristianos poseen el sacerdocio pero no todos desempeñan la función sacerdotal. Y a pesar de que todos pueden enseñar y exhortar, debe hacerlo sólo uno y los demás han de limitarse a escuchar, de forma que no hablen todos a la vez. Hay que señalar que la orden de Pablo era que debía seleccionar «ancianos» (en plural) en cada ciudad, calificados unos de obispos y otros de ancianos. De ahí que en tiempo de los apóstoles, cada ciudad contara con varios obispos. En aquel tiempo ser cristiano era una condición destacada. Sin embargo, el auténtico sentido de palabra «obispo» perdió su significado, viéndose sometida a prolongadas distorsiones y abusos. Ahora se llama ordenamiento y un hombre se encarga de cinco ciudades. De ahí vemos que las tradiciones humanas nunca son inocuas por buenas que hayan sido en su principio. El obispo Alejandro, al constituirse en jefe de todos los demás10, imprimió a sus funciones y a su persona el carácter de autoridad absoluta, desapareciendo con ello la figura de antiguo episcopado. Actualmente, el apostolado no es más que un medio para adquirir propiedades y hacer ostentación de pompas diversas; no existe la doctrina, por no hablar de palabras y hechos. Sería necesario que cada ciudad tuviera más de un obispo, es decir, inspectores o visitadores. Un inspector de este tipo sería el clérigo de la parroquia junto con el capellán, de manera que compartieran los deberes y asistieran a la vida del pueblo y al modo como éste recibe la enseñanza. Si alguien era un usurero aplicaría la Palabra para corregir y redimir a la persona en cuestión. Esta clase apostólica de episcopado hace mucho tiempo que desapareció. En los Hechos 20:28, Pablo habla de los obispos de una sola iglesia: «Prestad atención... en que el Espíritu Santo os ha puesto por supervisores». Actualmente, sin embargo, los obispos son un ejemplo de malignidad. En ninguno de ellos hay esperanza de salvación. Se sientan en un sillón de obispo pero ninguno de ellos es maestro. Si ellos no cumplen con su tarea de obispo, ¿quién se ocupará de alimentar al rebaño?
En cada ciudad. Es decir muchos en cada ciudad. Los ancianos son los poseedores de la autoridad de la Palabra. Se nos llama obispos por rito apostólico y esto es lo que somos. Enseñamos a Cristo y comprobamos quién cree y quién vive de acuerdo a sus enseñanzas. Por otra parte, censuramos a los que no lo hacen y, si se niegan a cambiar, los excluimos de la comunidad cristiana y de los sacramentos. «Imita mi modo de hacer. Has visto cómo ordeno ancianos en cada ciudad. Haz lo mismo. Además, te recomiendo que no ordenes a cualquiera indiscriminadamente.» La ordenación no se hacía como lo practican los obispos en la actualidad, sino que se reunía a los ancianos y se efectuaba una imposición de manos.

1:6 el que fuere Irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.

El que fuere irreprensible. «Vigila de no nombrar a quienes sean ladrones ni codiciosos de ganancias deshonestas.» Jerónimo cree que sólo aquel que desde el día de su bautismo ha llevado una vida pura y sagrada puede llegar a ser obispo11. Donde haya un hombre semejante no debemos perderlo de vista. Debe ser alguien al que no pueda acusarse de nada. Según la lista que hace Pablo, no debe hacerse culpable de hechos que causen desvío en los hombres. Pablo se refiere a vicios públicos de los que cualquiera puede ser reo. ¿Acaso esto significa que existe alguien sin pecado, sin carne, sin sangre? «Puesto que él también está rodeado de debilidad» se dice en Hebreos (He. 5:2). Pero Pablo habla de los vicios públicos de los que el estado debe controlar, de los que se puede afirmar que se realizan injustamente y de los que un infractor ha de temer el castigo; es decir, ha de ser la especie de persona que no pueda ser acusada abierta y públicamente. Debe predicar «el perdón» (Le. 11:4).
Marido de una sola mujer. A pesar de todo cuanto se ha dicho acerca del celibato, un obispo elegido por Dios puede tener una esposa. ¿Si este ordenamiento divino y esta regulación apostólica no tienen más valor que las ordenanzas y las regulaciones del Papa, quien puede contradecirlas? Viene a significar que un diocesano, el sacerdote de una parroquia puede tener varios vicarios pero sólo una parroquia y que un obispo no puede detentar dos diócesis al mismo tiempo12. ¿No son éstas unas monstruosidades evidentes? ¿Cuando se ha oído hablar de algo semejante? Estas tradiciones humanas constituyen auténticas «tinieblas palpables» (Ex. 10:21). Conocemos hasta dónde llega el celibato. El arzobispo de Mainz tiene dos esposas incompatibles13 y el Papa tantas concubinas como el mismo Salomón. Nadie puede ser a la vez esposo y novio salvo Cristo, como dice Juan en 3:29. Sólo Cristo es una sola carne con su Iglesia y sólo Él la ha bañado con su sangre. ¡Fiémonos de sus cantos y de sus amenazas! Si alguien pregunta alguna vez: «¿A qué os referís con eso de una sola esposa?» La repuesta será que el mandato divino es de ser marido de una sola mujer14.
El hombre seleccionado para obispo debe ser íntegro y el esposo de una sola mujer. Ya he manifestado que este texto es una especie de oráculo divino contra la pretensión y los numerosos argumentos nacidos de nuestra conciencia, en especial la costumbre de tantos siglos y el ejemplo ofrecido por tantos de nuestros santos padres. Para éstos, la observancia del celibato era libre sin coerción de ninguna ley; sólo más tarde cambió. Nada podía haber ocurrido más monstruoso que el celibato. En los dominios del Papa, un obispo sólo es íntegro cuando no tiene esposa. No cuenta que a lo mejor sea reo de otros vicios. Si tiene tratos con rameras, hace penitencia y con eso basta. Y así sucesivamente. Digo esto para fortalecer las conciencias en relación con la vida de celibato que llevaban nuestros santos padres. Este punto de vista ha sido discutido a menudo y si alguien se casa, sabe que en el Día del Juicio Final, Dios se lo aprobará gracias al apóstol Pablo. Pensad en Pafnutius y el Concilio de Nicea al que asistieron 318 obispos15. Entre los demás artículos, estaba el del celibato. La mayoría deseaban que este tema se legislara. Sólo Pafnutius se resistió y acabó convertido en un mártir. Se opuso al concilio universal. No quería dar ocasión a la lujuria, sino que deseaba «un lecho sin mancilla» como se dice en Hebreos 13:4. Tampoco se atrevía a establecer el celibato aun cuando los primeros obispos lo practicaran voluntariamente: «Si lo deseas, vive así». Por otra parte, en aquel tiempo quien deseaba casarse podía hacerlo a fin de confirmar el mandato de Dios, aunque tampoco era una obligación ni tenía que hacerse ningún voto; los monjes que pasaban temporadas en el desierto podían volver a sus casas. Así, el texto habla de «sus hijos». Sostienen: «Concedemos que se eligieron obispos entre hombres casados, pero ya no volvieron a casarse nunca más. Así ocurrió con Pedro y los obispos a quien Pablo ordenó, aunque los hubiera hallado casados». Yo les replico: Lo que antaño se permitió, es permisible siempre. Si se permite que un hombre sea casado ¿por qué no puede ordenarse a uno de ellos?» Pablo afirma y asegura que es permisible el matrimonio en un sacerdote, y no tiene importancia el hecho de que ya esté casado o lo haga más tarde. En 1 Corintios 7:7 el texto dice claramente: «Quisiera más bien que todos los hombres fueran como yo» cuando afirma que es célibe, aunque en el capítulo 9:5 dice: « ¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer, como también los demás apóstoles?» Se reserva el derecho y afirma que es posible que un anciano pueda ser casado. Por tanto, los argumentos citados son pura charla de sofistas. El tema central versa sobre un estado aprobado por Dios, ya que el Evangelio no nos fue dado para destruir las obras de Dios, sino para restaurarlas, no para amputar los miembros o destruir el cuerpo. La epístola a Timoteo (1 Ti. 4:3) habla de los que «quieren prohibir el matrimonio». El Evangelio confirma y establece la creación de Dios. Y el texto afirma claramente que el matrimonio es obra de Dios, de ahí que el Evangelio lo confirme. Se dice que antes de ser obispo un hombre puede estar casado, pero no después y, sin embargo, el episcopado es una ordenanza del Evangelio, no una abolición de la creación de Dios. No está permitido establecer una tradición humana contraria a lo que ha sido ordenado por Dios. Tampoco lo está hacer unos llamados votos que sean contrarios por ejemplo al mandamiento de honrar a los padres. Lo mismo puede aplicarse a la libertad de origen divino de contraer matrimonio o mantenerse célibe. Por tanto, no está permitido profesar ningún voto contrario a esta libertad o establecer regulaciones contrarias a ella. Pablo lo llama «doctrina diabólica» y «una pretensión», una mentira, un alejamiento de la fe, una falsa apariencia, por ser directamente contrario a la ordenanza divina (1 Ti. 4:1-2). Cristo desea que un ministro de la Palabra tenga una esposa, pero el Papa no. Es fácil apercibirse de cuál de los dos se halla dominado por el espíritu diabólico. Por tanto, debemos consolar a aquellos que son tímidos y viven afligidos por escrúpulos, los que no perciben la Palabra pero que, al imitar el ejemplo y la conducta de otros, se casan. Debemos remitirnos a la autoridad, en especial a las Escrituras. Debemos decir: «Ve y discute con Pablo, y si no es suficiente, ve a Cristo. Decídelo luchando con Él» (1 Ti. 4:1; 1 Co. 9:5). «Pero el Papa lo prohíbe y con ello os oponéis al ejemplo de los santos padres y a lo que practica todo el mundo.» Y sin embargo, no son más grandes que Cristo. Si lo son, habréis ganado, si no lo son, he ganado yo. La práctica de los santos padres era voluntaria y el Concilio de Nicea lo aprueba. Más tarde, trocaron esta libertad en obligación. Por ello hay que alentar a las conciencias débiles a fin de que puedan responder a la Palabra. Hacedlo en cada tentación. Si carecéis de la Palabra, estaréis acabados, pero si vais armados con ella, habéis vencido a Satán. Por ello, éste hace todo cuanto puede para arrancar la Palabra de vuestro corazón y transformaros en un alma indefensa de la que apoderarse. Por otra parte: «Resistid al diablo y huirá de vosotros» (Stg. 4:7). «Sus hijos son creyentes». Por ello, un obispo ha de ser el hombre que no desmaya en la vigilancia de su rebaño. ¿Qué hacen, en cambio, las monjas y los frailes? Toda esa clerecía, sacerdotes, vicarios, monjes, acólitos, y todos cuantos hay ¿quién de entre ellos enseña o lee? Y sin embargo, todos reclaman el título de «anciano». Son ignorantes, desprecian la Palabra y a la única tarea a la que se dedican es a perseguir. Si se despojaran de sus títulos, se llamaran honestamente a sí mismos hombres de este mundo, habría esperanza para ellos, pero no la habrá mientras continúen considerándose los mejores y pretendan vivir de acuerdo con ello. Pueden afirmar «digo muchas misas», pero ni Cristo ni Pablo las instituyeron. Resulta horrible considerar lo que ocurre cuando se examinan estos textos. Ante Dios, caen todos los templos, monasterios y academias. En base a este pasaje, alguien incluso podría decir que no le es permitido a un obispo vivir en celibato16. Pablo no obliga a nadie ni a casarse ni a mantenerse célibe. En su tiempo, los ordenados como ancianos solían ser judíos a los que la ley les prohibía precisamente no casarse. Pablo se limita a establecer que la opción del matrimonio es libre. Depende de nosotros. Por poner un ejemplo, un ministro de la Palabra podría casarse a pesar del Papa. Así me comporté yo aunque no entraba en mi manera de ser el casarme17. Si un obispo ha de ser la luz del mundo y un ejemplo para el estado, nada en su casa debe ser contrario a la fe de un no cristiano. De otra manera, ofende a ambos, gentiles y cristianos. Si no tiene hijos ¿podrá seguir siendo obispo? Se trata de una opción. Si Dios le manda hijos, los tendrá. ¿Cómo puede ser asunto decisorio el tenerlos o no? En cuanto a los no creyentes, no hace falta que hablemos de ellos. Si son creyentes, si leen la Palabra con voluntad sincera, Él los reconocerá de inmediato por sus frutos18.
Que no estén acusados de disolución. No deben estar acusados, no sólo de libertinaje sino de ser disolutos. acroma significa los que llevan una vida desordenada y de diversiones sin freno, como suelen hacer los jóvenes. Los griegos eran especialmente adictos a la 'acama. Bebían hasta la medianoche y se dedicaban a toda clase de inmoralidades y diversiones desenfrenadas. Considerad cómo viven y cómo beben tantos jóvenes y cuántos de ellos pueden ser acusados de acroma. Al contrario, deben estar sometidos al poder de sus padres, ser obedientes, modestos, disciplinados y obedecer al progenitor. Si no es éste el caso, alejadlos y demostradles lo que es un padre. Tenemos el ejemplo de los hijos de Eli notables por su acroma. Devoraban cualquier sacrificio presentado que les agradara y cohabitaban con mujeres. Llevaban una vida desordenada, disoluta y desvergonzada. Pero él no los corrigió, no, les dijo: «No, hijos míos» (1 S. 2:24). Un padre les hubiera apostrofado: «¡Condenados sinvergüenzas!» Por tanto, Dios nos dice que honró a sus hijos más que a Dios y, por ello, murió. Si un hijo no mejora, alejadlo. Se lee en Timoteo (1 Ti. 3:4) «Que gobierne bien su casa», no como hacen ahora el Papa y los obispos que se afanan en amontonar tesoros, adornar las iglesias y aumentar sus ingresos. Todo esto concierne a la vida física. En verdad, significa criar a los hijos, conducir a su esposa y mantener su casa en el temor de Dios de manera que sean hijos de la modestia, no de la acroma, de la «prodigalidad». Nuestros nobles son hijos de la acroma; son glotones, borrachos y libertinos. No saben cómo vestirse ni cómo comportarse. Son intratables e incorregibles y no permiten que nadie detenga su loca carrera. No vuelven al orden. No sólo son insubordinados, sino que se niegan a cambiar. Combaten el orden al que deberían volver y, en lugar de moderarse, insisten en mantener sus errores hasta el final.

1:7Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas.

Como administrador de Dios, un obispo debe ser irreprensible. Significa desprenderse de los adornos de Aarón y sus hijos. En el Nuevo Testamento se describen los adornos de los sacerdotes. «Si fueran vacíos»19. Nuestros vestidos son de otra especie porque somos de otra manera. Consideremos el alba: ante el mundo, debe ser pura y su portador estar más allá de todo reproche, en cambio, la adornan con multitud de piedras preciosas y el hombre que la viste recibe el nombre de obispo, antes le llamaban anciano. Los usos son contrarios a todo esto. Un obispo, al ser un ministro de la Palabra, está obligado a vestir el alba como el ministro de una familia. Cristo es el cabeza de familia y el obispo el ministro. Es el administrador a quien el Señor le ha confiado algo. Si un obispo se centra en reflexionar sobre el significado de su nombramiento, advertirá que, en primer lugar, lo es por el rito, por la revelación y por el mandamiento de Dios y en segundo porque lo que tiene en su mano es posesión y propiedad de Cristo. ¿Y qué es?: el Evangelio y los sacramentos. Para esto ha sido nombrado ministro de la Palabra, para que lo distribuya entre su familia, sus hermanos; es decir, debe predicar el Evangelio con diligencia y administrar los sacramentos, instruir al ignorante, exhortar a los no instruidos, rechazar a los que se portan mal moderándolos y templándolos mediante la Palabra, y cumplir su ministerio para con ellos a través de la plegaria y de los sacramentos. Ha de esforzarse en conseguir beneficios de manera que la propiedad de Cristo crezca y aumente.
Entonces el Evangelio llegará a miles de personas, cuando en un principio apenas llegaba a uno. Esto es lo que significa utilizar el talento del Señor. Nos sabemos poseedores de las riquezas de Cristo y las dispensamos con entera fidelidad, a la vez que luchamos contra nuestros enemigos. Profesamos el verdadero ministerio. Por tanto, esperamos que «Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiremos la corona incorruptible de gloria» (1 P. 5:4). ¡Pero ay de nosotros si hemos seducido a la familia de Cristo, y como los fanáticos y el Papa, nos hemos dejado dominar por la glotonería! Ostentan el título de pastor y se sientan en la casa de Dios, pero no administran como se debe la comida y la bebida.
Ser iracundo significa alterar las conciencias y emitir un sinfín de leyes hasta el extremo de que nadie se halle a salvo, mientras ellos viven sumidos en la ebriedad: así es la iglesia del Papa. Disponen de las Escrituras y de los sacramentos por hallarse en el templo de Cristo, junto con el encargo de administrar la Buena Nueva, según las palabras de Pablo «se sienta en el santuario de Dios» (2 Ts. 2:4). Por ello no hay que rechazarlos por completo tal como alegan los fanáticos, a la vez que vemos que nuestros partidarios crecen y continuarán aumentando porque somos los siervos a quienes el Padre ha confiado su entera hacienda con la obligación de servir a los demás y traerlos al rebaño. Así ocurre cuando conducimos a los hombres a Cristo.
No soberbio. Estas deben ser las únicas piedras preciosas de la casulla merecedoras de todos los honores. Ai>'fráSr|c; se refiere a la complacencia con uno mismo, a la actitud altanera que se la pasa mirándose al espejo y despreciando a los demás. La conducta orgullosa es la actitud de admiración a uno mismo por los dones concedidos por Dios en contraste con los que no los tienen, y en pretender ser temido y admirado. Cristo se opone a este vicio. «Se despojó a sí mismo» como se dice en Filipenses 2:7. Seguramente diría: «Yo soy el puro y tú el pecador. Yo soy el Hijo de Dios y tú del Diablo». Pero como «(se despojó de sí mismo), te compadezco y haré lo posible para que mejores». Así es como debe actuar un obispo. Al ver a un hermano ignorante, no debe pensar: «Yo soy más sabio. Este hombre no vale nada. En comparación conmigo es un pobre ignorante». Ni siquiera se comporta con el orgullo de un aristócrata, sino con el de un labriego, que cuando tiene cien florines en un baúl, se apresura a contárselo a todo el mundo. Si posees una cualidad, has de saber que no la tienes para ridiculizar o insultar a tu prójimo, sino para elevarlo. Así se comportan nuestros fanáticos. Quieren dar la impresión de que lo saben todo y que nosotros no sabemos nada. Pero si yo sé algo y soy un fiel donante de mi sabiduría, servirá para beneficio de mi hermano y lo compartiré con él; no lo utilizaré para ganar alabanzas o bienestar, ni para enorgullecerme por desear la salvación de mi hermano. Pura y simplemente, significa compartir con él lo que éste no posee; no tiene nada que ver con la auto alabanza que, según Pablo, es «aferrarse» (Fil. 2:6) a los dones de Dios. Se me dio el don para que fuera de utilidad a mi prójimo. Pero si lo único que quiero es llamar la atención, cambio lo que me fue dado en algo a lo cual me aferró. Debería distribuirlo entre los demás y compartirlo con ellos, pero me lo quedo para mí. Me entrego al placer de que me alaben y me llamen piadoso y sabio, pero, si por otra parte, me acusan de algo, me enfurezco. Se trata de un vicio enorme e incalificable. Trae consigo la vanagloria, la envidia, el egoísmo y el aferrarse a los dones de Dios. Es «una cebolla de varias capas»20. Cuando un predicador posee un don mayor que el de alguna otra persona, debe abandonar la enseñanza21 a menos que se libere del pecado de la vanagloria, esa pestilencia. Yo mismo lo hice para librarme del orgullo que se me había instalado en el corazón. En el mismo caso, todos deberían comportarse así. Otros pecados pueden confesarse pero éste no. Cuando el Señor escoge a un hombre sabio y le nombra a su servicio, no es para que se vanaglorie consigo mismo ni robe la gloria a Dios. Cometéis una abominación y un sacrilegio, como dice en Romanos 2:22 porque es sacrilegio utilizar los propios dones sólo para auto complacerse. A gente como ésta no le preocupa a quién sirve. Cristo nos exige que los dones y virtudes, por pequeños que sean, los usemos para servir. Un obispo es precisamente la clase de persona que no debe caer en la vanagloria, sino ponerse al servicio de los demás en el sentido de ayudarles a elevarse22.
El que es arrogante también es irritable. Se dice que las virtudes se enlazan entre sí y lo mismo ocurre con los vicios. Aquel que se complazca y se vanaglorie por los dones que ha recibido, fácilmente le ofenderán las flaquezas de otro hermano. Por ello, cuando se nombra a un obispo por ser alguien que destaca entre sus hermanos, que es firme y sabio, en contraste con la naturaleza de los demás, y cuando los lobos pululan en su rebaño y los demonios le rodean, es imposible evitar hallarse constantemente tentado por toda suerte de pruebas y enfrentarse a numerosas causas que le harán perder la serenidad. Debe poner mucho esfuerzo y cuidado en no irritarse con sus hermanos. Al contrario, debe mostrarse amable y manso para poder cargar con todas las debilidades y males de las almas de los demás. Aquel que se ensalza a sí mismo, no tarda en ofenderse cuando las cosas no van como él desea. Igual que nuestros obispos, si tropiezan con alguien que se muestra renuente, de inmediato se proponen excomulgarlo, y sin embargo, los demás no tienen derecho a hablar ni a quejarse de su tiranía. Un obispo debe adoptar una actitud paternal y maternal a la vez. Pedro explica: «Ni como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado» (1 P. 5:3) como si fueran herencia propia, ansiando dominar la iglesia por completo de manera que todo funcione de acuerdo con vuestras locas ideas, aspirando a la gloria con cada palabra que emitáis. «Sino a Jesucristo como Señor», dice Pablo, «y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús» (2 Co. 4:5). No he sido nombrado para gobernar sobre ningún cristiano como si fuera su señor, sino para ser su siervo. Sólo Uno es el Señor. Aunque sean siervos, debemos obedecerles y humillarnos ante ellos en nombre del Señor. Por otra parte, también ellos deben servirnos y soportar nuestras enfermedades también en el nombre del Señor. Por ello, nadie dominado por la autocomplacencia puede evitar sentirse ofendido y mostrarse tiránico. Si se nombra un obispo, es preciso que sea honorable y de buena reputación. De otro modo, malograrán la Palabra. ¿Quién escuchará a alguien de mala reputación, en especial los dejados a su cargo? En un caso así, el peligro es inmediato, porque el orgullo domina la carne y la sangre y los arrastra a su propio campo. Por otra parte, si mi hermano no me alaba, él mismo peca. «Si eres alabado, estás en peligro; si no lo eres, tu hermano está en peligro», dice Agustín en su comentario al Sermón de la Montaña". Por tanto necesitamos la presencia del Espíritu Santo para moderarnos unos a otros, de manera que el obispo atribuya la gloria a Cristo y el oyente le honre por amor a Cristo, tal como dice en Hebreos 13:7. Por tanto, dejad que un pastor o un obispo piense: «¡Oh, profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuan inescrutables son sus juicios e insondables sus caminos!» (Ro. 11:33). Puede suceder que el Señor prefiera a alguien de una posición baja desdeñando la más elevada que tú ocupas e, incluso, que el que está más abajo complazca más a Dios. «Un denario de él puede complacer más que 10.000 talentos.» Lucas dice algo sobre esto (Le. 7:36-48). Un hombre realizó hermosas acciones y trató públicamente a Cristo con gran aprecio, mientras que la mujer pecadora no hizo nada parecido. Sin embargo, Cristo rechaza las espléndidas y magníficas muestras del fariseo y alaba en gran medida lo que hace la pecadora, y atribuye al miserable fariseo la carga de sus numerosos pecados. Efectivamente, así sois vosotros. Por tanto, que todo el mundo tema, porque Él desprecia a los orgullosos y mira con afecto a los humildes; no respeta a las personas sólo por serlo. Por ello, nuestra humildad no es la del estilo monástico, orgullosa y humilde en sí misma, no en Cristo; que no es más que la humildad fingida. Los más humildes son, en realidad, los más orgullosos. La vuestra debe ser una humildad portadora de grandes dones pero temerosa de Dios porque es un juez maravillosamente justo. Yo podría perecer con todos mis honores, fama y dones. Son aquellos que conocen a Cristo los que gozan de la adecuada relación con nosotros. Hemos de tener en muy alto aprecio el honor y el valor de los hermanos, pero hemos de comportarnos con discreción, como si no nos diéramos cuenta aunque pensemos: «Soy un siervo y me esforzaré en servir a mis hermanos, incluso al último de ellos». Así, hay que humillarse a través de Cristo y quien comparta y se comporte de acuerdo con ello, no puede ser orgulloso porque el Espíritu Santo no tolera el orgullo. Dice: «Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme, en conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque en estas cosas me complazco, dice Jehová» (Je. 9:24). De ahí que se prohíba el orgullo. Borracho. Escribe acerca de ello a los obispos griegos porque los naturales de Grecia tenían fama de disolutos de ahí la expresión: «hacerse el griego»24. La nación entera se había sumido en la ebriedad. Daniel los llama machos cabríos (Dn. 8:5). No un borracho. Este vicio se da simultáneamente con las tiranías; el soberano contrae el hábito de la cólera, controla todo cuanto le rodea y cree que le es permitido hacer cualquier cosa y no se preocupa «por el quebrantamiento de José»; pero como dice Amos: «E inventan instrumentos musicales, como David» (Am. 6:6, 5). Así opera la carne. Al principio, nuestros obispos eran pobres, pero más tarde recibieron tantas riquezas que ahora no hay rey que tenga más posesiones que ellos. Desde el momento que han prescindido de la espiritualidad y del temor de Jesús, así se comportarán con nosotros. Por ello indica la necesidad de que un obispo sea sobrio. Puede beber vino, pero no debe permitir que el vino le domine. Violento. Esta palabra puede interpretarse de distintas maneras25. No se refiere a la violencia cometida con las manos, sino a la de las palabras y de la conducta. «Violentáis su conciencia, de este modo la aplastáis» (1 Co. 8:12). Es evidente que no siempre se refiere al daño físico. La violencia eclesial se produce hiriendo a los hermanos con la palabra, es decir, «son mordidos» lo cual significa que son rechazados sin misericordia. Este es el enorme vicio de los predicadores que cuando están en el pulpito, claman sin cesar contra las faltas de sus oyentes y se dedican a vejar a las personas. En busca del favor de la masa, pretenden pasar por audaces. La gente los escucha de buena gana en especial cuando arremeten contra los magistrados, hombres cuyo honor ha de preservarse, como si el pueblo común se hallara libre de faltas. Por otra parte, los que atacan al pueblo común y alaban a los magistrados, no son más que unos sediciosos, en especial cuando tienen la oportunidad. Hay que evitar a ambos, al pueblo común y a los magistrados, porque si se halaga a una parte, la otra se molesta o lo contrario. Ninguna de las partes debe ridiculizar o hacer objeto de rechazo a nadie, y menos cuando el objetivo es una persona en concreto de manera que todas las miradas se centren en ella. Debe amonestarla privadamente, como dice Mateo 18:15. Esto significa que uno ha de ser sagaz en el conocimiento de las personas, incluso en los casos en que no parezca necesario. Es decir, deberá considerarlo con indulgencia en especial si es inocente. Si es culpable, deberá proceder adecuadamente tal como indica Mateo 18:15-17. El ataque en público siempre puede esperar. Juan 16:8 dice que el Espíritu Santo «los condena» pero lo hace en privado. Otra cosa es echar mano de la violencia cuando se produce un acto maligno o un escándalo, como el que cita Pablo en Corintios (1 Co. 5:1). El pueblo común asiste al espectáculo de ver a los obispos en compañía de mujerzuelas, comprueba que no cumplen en absoluto con su deber y, en cambio, ha de escuchar que le digan: «Debéis honrarnos aunque seamos malos, porque no os cabe a vosotros pronunciar juicio alguno». Y confiados en semejante licencia, imaginan que pueden hacer lo que les plazca. Así se ofende a las conciencias y se las inclina hacia el mal. Esto no es otra cosa que practicar la violencia. Un obispo debería consolar al débil, sanar el dolorido corazón de los afligidos y amonestar «con espíritu de mansedumbre», como ordena en Gálatas 6:1.
No codicioso de ganancias deshonestas, es decir alguien que no busca el sucio lucro. ¿Dónde se refugiarían nuestros pontífices? ¿Qué clase de ganancias obtienen de sus vigilias y misas y del culto a los santos? Una conducta semejante ni siquiera puede calificarse de sucio lucro, es la usurpación más violenta, maldita y abominable que existe, porque seducen al pueblo haciéndole confiar en sus obras y sus misas y arrancándoles todas sus posesiones como tributo. El Papa no llega a la categoría de merecer el apelativo de sucio lucro. Lo que practica es la usura nacida de dedicarse al mismo trabajo que los usureros. Es un negocio escandaloso que avergüenza a la Palabra. La vida de un obispo ha de ser honesta, la especie de vida que nadie pueda impugnar. No conozco un solo sacerdote que no viva del sucio lucro. Sus riquezas exceden la corrupción. Los que poseen tierras o se ganan su salario como magistrados, cuentan con un medio que les permite obtener de forma honorable riquezas o beneficios. Pero el otro tipo de riqueza no es más que lucro sucio. Son tantas las clases de éste que no pueden ni numerarse. Por tanto, el obispo ha de cuidar que sus ingresos procedan de un origen honrado. Por ello, el apóstol imparte numerosas prescripciones la mayoría negativas.

1:8 sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo,
santo, dueño de sí mismo,

«Hospedador», porque a un obispo se le considera como un observador que acoge con buena voluntad a los que se le acercan. En tiempo de los apóstoles, los obispos eran gente de buena posición, pero creo que los elegían exprofeso así, dado que de esta forma el obispo siempre podía estar a la disposición de cualquiera no sólo en asuntos de alma, sino y especialmente, en asuntos del cuerpo. Sucederá que falsos hermanos vendrán a llevarse aquello que el rebaño debería poseer. La palabra «hospedador», hospitalario, requiere que acepte tanto a los buenos como a los malvados. Amante de lo bueno significa que debe amar a los buenos. Según Jerónimo, ha sido nombrado para que vele celosamente por las cosas buenas, pero especialmente, por los hombres buenos26. Mucha gente acudirá a él y, frecuentemente sufrirá decepciones; sin embargo, dejemos que únicamente se preocupe de ayudar a los buenos y se aparte de los malos. Permitamos que se prepare para poner en marcha y mejorar causas como la piedad, las cartas sagradas, la paz, la armonía y la amistad con el prójimo. Que apoye buenas causas y aleje las malas. Que sea celoso en la ayuda a las buenas personas y a las buenas causas. Incluso en presencia de príncipes y altos cargos ha de cuidar que aquellos ayuden a las viudas y a los huérfanos, que aparten a los malos y ayuden a los buenos.
En Romanos 12:3 se habla del recto juicio. La palabra griega significa «un hombre modesto», razonable, no apasionado ni fanático de sus propias opiniones, porque hay algunos que avanzan llenos de imprudencia, mientras otros actúan moderadamente, con mente serena, sin prestar atención a la gloria ni a las riquezas. Esto significa que la modestia y la moderación deben presidir las actividades de cada uno. Dicha modestia ha de estar presente, no sólo en la comida y en la bebida, sino en las relaciones humanas, de manera que un hombre no enjuicie las cosas impulsado por una mente desequilibrada o un corazón impetuoso. Primero debe oír y reflexionar y sólo después actuar. Este virtud es especialmente importante para un emperador. En los escritos de Pablo encontramos a menudo esta palabra. Así, cuando Federico habló con el pueblo, fue extremadamente 27. Algunos tienen la mente nublada, mientras la de otros es serena y reflexiva. En alemán decimos que son vernunfftig, refiriéndonos a alguien que actúa con sensatez. Pablo alaba extraordinariamente esta palabra y más adelante insiste mucho en está virtud aplicada a cada situación social, en especial en lo relacionado con la modestia.
Justo porque ha sido nombrado para gobernar las almas humanas. Se le presentan casos para que emita un dictamen. Ha de procurar no decepcionar y no dejarse dominar por sentimientos parciales, sino que ha de ser objetivo, libre de cualquier sentimiento particular. No debe temer la pérdida de su propio dinero, sino que debe seguir adelante sin dejarse influir por las personas tal como hizo Moisés (Dt. 1:17), sin hacer distinciones entre el rico y el pobre. Si es justo, no se dejará influir por la pobreza, pero tampoco decidirá el caso contra un pobre impulsado por ninguna parcialidad. Así instaurará la paz y servirá de consuelo.
Sagrado, la santidad que se aplica a las cosas sagradas. Todo cristiano es sagrado, es decir, mantenido aparte de las cosas profanas porque pertenece a Cristo y no al diablo. "Oaiog significa alguien que es celoso de las cosas sagradas, de manera que enseña, vive y ora de forma sagrada, y aplica esta cualidad a otras obras como la enseñanza y la meditación. Se abstiene de pensamientos y palabras profanos y de acciones y costumbres humanas, según se dice en Romanos 12:2. Si un sacerdote jura, se comporta como un profano. Un hombre «sagrado» es aquel que se comporta, habla, ve, oye y lleva a cabo actos sagrados. Esta es, por tanto, la práctica de la santidad.
Dueño de sí mismo se refiere a la moderación, es decir que será moderado en el comer, el beber y el sexo, y no desear la mujer ajena. Lo cumplirá en palabra y obra como se lee en 1 Corintios 9:27. Estas virtudes deben ser el fruto de la fe de los obispos.
Debe tener mano firme. Esta es la más importante de todas. Las virtudes son hermosas. A un obispo se le nombra en medio de todo el pueblo (Fil. 2:15) pero especialmente en medio de los herejes. Si alguien llega a ser pastor, en especial en un lugar prominente, y predica la Palabra, los tendrá ante él. Por ello recomienda que un obispo se mantenga siempre alerta, que tenga la paleta en una mano y la espada en la otra (Neh. 4:17). No hay muchos así. Muchos enseñan pero pocos luchan. Se necesita una cierta tenacidad, es decir que no puede prescindir de la Biblia, prestar mucha atención a a la lectura tal como instruye en la epístola a Timoteo: «Ocúpate en estas cosas» (1 Ti. 4:13, 15). La razón estriba en que debe respetar la costumbre de la lectura no sólo para los demás, sino para meditar constantemente en sí mismo, es decir, sumirse por completo en las Escrituras. Este estudio le capacitará para la lucha posterior. Alguien que lee las Escrituras con profundidad, le es imposible entrometerse en los asuntos mundanales, pero debe poseer la fortaleza del tipo de hombre que Pablo describe. Si no estudia con diligencia las Sagradas Escrituras, el resultado será una especie de enmohecimiento y negligencia en la dedicación a la Palabra. Aun cuando se conozcan bien las Escrituras, es preciso releerlas constantemente, porque la Palabra tiene el poder de estimular en todo momento. He predicado el Evangelio durante cinco años pero siempre me impulsa una nueva llama; y he orado a Nuestro Padre durante 12 años28.

1:9 retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.

Retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, es decir, estar seguro de que se trata de la Palabra. Que evite disputas sofísticas sobre mitos inútiles e inconcretos, sino que se concentre en las cosas acerca de las cuales no existe la confusión. Hay cuestiones que son dudosas e inconsistentes, meras opiniones; por ejemplo, los fanáticos caen en cuestiones que ni siquiera entienden, 1 Timoteo 1:17. ¿Qué me importa lo que dicen Agustín o el Papa? No son más que palabras llenas de confusión, sin embargo la Sagrada Escritura es cierta y «acorde con la doctrina», es decir, merecedora de instruir. Cuando se conoce bien una materia, se la enseña bien. De un contenido equivocado, no se desprende nada claro. La elocuencia va unida con la sabiduría. Dios, que concede la sabiduría, también otorga la palabra para poder explicarse. Por ello, nuestros fanáticos no pueden enseñar nada porque no hacen otra cosa que deambular sin rumbo por sus corazones y pensamientos. Los fanáticos únicamente saben balbucear, ni hablan, ni enseñan. Farfullan pero no hablan. Sin embargo, yo, lo que he llegado a saber presidirá toda mi vida. Por ello, aquel que tiene el privilegio de enseñar debe ser un «maestro apto», es decir, no sólo debe ser diligente en la enseñanza, sino también estar capacitado.
Pero, a menos que esté seguro de sus conocimientos, le será imposible enseñar. Nunca he podido acabar ningún libro de mis contrarios, excepto la. Diatriba de Erasmo29, porque eran superficiales y daban vueltas alrededor de cuestiones necias y carentes de un auténtico argumento30.
Debe ser capaz. Estas dos cualidades deben ser particularmente necesarias a un obispo, en especial en su tarea de enseñante porque ésta es su misión principal. Hay otras virtudes que le pueden adornar como persona, pero ésta es el adorno de su obra, de su ministerio. En primer lugar ha de tener seguridad en sus palabras y en segundo lugar debe estar seguro de que predica la Palabra de Dios, como dice Pedro en 4:11; anteriormente (v. 7) habló del «administrador de Dios». Que no enseñe nada en la iglesia de Dios a menos que esté seguro de ello. Una vez se halle en posesión de la Palabra, no sólo enseñará, sino que será capaz de denunciar o convencer, porque cuando alguien está seguro de una cosa, sabe: «Yo lo digo». Pero quien no está seguro, es incapaz de enseñar y de polemizar. Así ocurre con los sectarios; charlan y charlan, pero cuando uno lee un libro suyo no le encuentra contenido. He leído a Jerónimo, pero al acabar su texto, encuentro que he perdido el tiempo porque no dice nada que consuele a la conciencia. He leído los libros que Agustín escribió antes de su conflicto con Pelagio (y se le puede aplicar lo mismo). Los fanáticos presentan argumentos sofistas irrelevantes en lo que se refiere al tema en discusión. Este pasaje significa que el obispo debe ser fuerte, sólido y versátil en su exhortación. Pablo sentó las bases e impartió la instrucción necesaria; los que construyen sobre ellas son los exhortadores que logran que, una vez la doctrina ha sido transmitida, no resulte comida por la herrumbre. Judas dice: «Contended ardientemente por la fe que ha sido transmitida» (Jud. 3). Debemos trabajar en base a esta fe y luchar por ella hasta el final. La carne es perezosa, hace que olvidemos la Palabra y nos cansemos de ella. Al obispo no debería preocuparle que siempre enseñe lo mismo. La palabra «firmeza» es familiar a Pablo cuando habla de «doctrina firme» o de «fe firme», en contraste con la pérdida de tiempo en vanas cuestiones. Se opone a la doctrina defectuosa, es decir, que la doctrina debe ser segura, estable y constante. Si alguien se deja dominar por la pereza, su cuerpo ni vive ni muere. Por ello, los que no poseen una doctrina segura y constante, no enseñan. No sólo alude al adagio griego sobre el «sano consejo»27, sino también al dicho hebreo (Sal. 119:1): «Bienaventurados los perfectos de camino», cuando en latín se dice: «Bendito el que es sano», es decir, una manera hebrea y griega de calificar a alguien de intachable. Al decir esto alude al deber de rechazar ciertas opiniones nacidas de la razón, en primer lugar para que pueda impartir a los discípulos una doctrina intachable, y en segundo lugar para que pueda convencer a sus adversarios. Es necesario que la Palabra de Dios sea predicada por maestros en el arte de convencer. Nadie contradijo las reglas de los padres y la disciplina monástica y catedralicia; y sin embargo eran demoníacas y obra de los hombres. No obstante, se atreven a calificar así a la Palabra de Dios cuando se presenta, como ocurrió cuando Juan Hus atacó los abusos papales; Satán vigila. El obispo debe saber que sus palabras no tardarán en encontrar oposición, tanto desde el exterior, como entre sus mismos hermanos, tal como se dice en Hechos 20:29-30. Para que Cristo pudiera ser crucificado por Pilatos era preciso que existiera un Judas. De ningún modo dice esto para refrenarlos. Nunca se ha podido vencer por completo a un herético. Los judíos aún claman que, en base a las Sagradas Escrituras, es imposible demostrar que Jesús era el Mesías. Nuestros sofistas alegan que no están convencidos, también en base a la buena Escritura, de que el Papa sea el Anticristo, que los sacramentos permiten ambos y que el sistema monástico es diabólico. Pero como nuestra misión no es hacerlos callar, sus voces seguirán oyéndose. Cristo hizo callar a los saduceos y sin embargo, ellos no sólo insistieron, sino que conspiraron para buscar la manera de matarlo. Por tanto, si un obispo es incapaz de convertir o controlar a los detractores, debe limitarse a declarar que están en un error. Así puede proteger a su rebaño de los seductores e impedir que sean comidos por los lobos. Por tanto, el pastor diligente es aquel que no sólo alimenta a su rebaño, sino que es capaz de protegerlo. Esto suele ocurrir cuando delata las herejías y los errores. Es decir, es por su denuncia, no por su victoria, que rescata a la iglesia, del mismo modo que, actualmente, protegemos a la iglesia de los sacramentistas, aunque éstos sigan siendo invencibles. Se refutó a Carlstad en base a la palabra TOÜTO, y sin embargo, él siguió diciendo a sus partidarios que el argumento no era válido. De la misma manera, otros son incapaces de demostrar su interpretación de la palabra «representa» y «cuerpo»32. En este caso, nosotros no vencimos porque fuimos incapaces de convencerlos, ya que nuestro servicio a nuestros hermanos se realiza mediante la simplicidad de la Palabra. Hay dos cualidades gloriosas que adornan a un obispo en su tarea: cuando imparte una palabra segura y cuando es convincente. Esta es la descripción de un ministro sagrado y divino. Si carece de virtudes personales, que no carezca de virtud como obispo. Si debe escoger, es preferible que se decante por las primeras mientras conserve la pureza de la Palabra, el poder de la denuncia y la capacidad de exhortar. El Señor nos ha marcado con el desempeño de esta función. Exhortamos y denunciamos a nuestros enemigos. Puedo ser santo, recto, etc. ..., no son más que cualidades personales mías, pero pueden fallarme las otras. Lo más importante es que predique santamente. Dios nos lo ha concedido. Agradezcámoslo a Dios y distribuyamos este don de tal modo que nuestros hermanos mejoren gracias a ello. A través de Jesús, que está con nosotros, salvamos a muchos. Siempre habrá un número infinito de necios y, hoy día, muy poca gente edita libros piadosos. Por otra parte, escriben libros hombres insubordinados, charlatanes y cpoevaitátai. Como se lee en Romanos 6:23 y 1 Corintios 12:3, saben muy bien que corrompen la fe y las conciencias.

1:10 Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión,

Porque hay. Aquí razona su afirmación según la cual a un obispo le es imposible evitar la oposición y a los enemigos. Además, tendrá un Satán doméstico que le sugerirá multitud de falsos pensamientos y especulaciones, a la vez que le creará enemigos externos que facilitarán la creación de sectas. Bajo el papado, párrocos y monjes mendicantes compiten por la obtención de confesiones y funerales, fuente de dinero para todos, mientras los monjes desdeñan a los sacerdotes como inferiores a ellos. Así entre los judíos, los saduceos despreciaban a los fariseos y, más tarde, un monje despreció a otro monje, como Heredes despreciaba a Pilatos. El diablo siempre es un embustero y un asesino (Jn. 8:44). Empezó en el Paraíso. «En paz está lo que posee» (Lc. 11:21).
Contumaces, rebeldes, es decir, a los que nadie puede persuadir. Se niegan a que se les repriman sus pecados; están más allá de cualquier arrepentimiento o persuasión; son «unos cabezas duras»33. Moisés dijo «Pueblo duro de cerviz» (Dt. 9:6). «Barra de hierro tu cerviz y tu frente de bronce» (Is. 48:4). Los profetas usaban metáforas para indicar la invencible tozudez del pueblo. ¡Fijaos en los sacramentistas! También los papistas son tozudos y, sin embargo, reconocen que estamos en lo cierto34, pero se niegan a reconocerlo porque «tienen la frente de bronce». Defienden una clase de sacramento con «cerviz de hierro». Se niegan a escuchar nada. La circuncisión afecta a los judíos tozudos. No importa cuanto se les predique, no hay manera. Hay que advertirles que tienen que vérselas con hombres intratables, por lo que se han de mostrar inflexibles. Por tanto, no es preciso que intenten convencer a sus contrarios, sino que deberán denunciarlos y condenarlos para que sus hermanos lo sepan. Debe hacerlo con los heréticos y los falsos cristianos. Arrio no fue únicamente un hereje, sino también un hombre terco. Se les puede calificar de inflexibles y escépticos.
Habladores de vanidades es un adjetivo muy adecuado. No podrían ser descritos con mayor exactitud. Quieren ser teólogos cuando ni siquiera saben cantar. Quien no sabe cómo hacerlo, desea conseguirlo. Los maestros de arte siempre detectan lo que falta en una obra. A esto se le llama ser genio. Meten baza impulsados por su conocimiento. Algunos a quienes se ordenó para predicar en una plaza determinada, fueron incapaces de permanecer en ella. Son gente con una segunda naturaleza. Un maestro impío es, ante todo, un hombre terco; al pensar que «lo que conocéis no vale nada si no hay nadie más que lo conozca» se dedican a embarullar. No esperan el momento oportuno y logran prestar una apariencia de santidad a sus palabras. «Has de circuncidarte» le dicen a Pablo, el apóstol más reciente. Cristo no abolió la ley (Mt. 5:17) y, sin embargo, tuvo que sufrir la charla de los necios que hablan de aquello que no comprenden. Así, nuestros fanáticos son los hombres más tercos y de charla más necia. Hablan de una cosa que jamás han experimentado: «La Palabra externa no es nada. Primero hay que recibir al Espíritu Santo», afirman vanidosamente, entre otras necedades cuando hablan del Espíritu. Nosotros poseemos la seguridad de que la Palabra es la que nos dice como obrar. «El hombre creyó la palabra» (Jn. 4:50); ver también en Romanos 10:17. La verdad reside en la Palabra cierta, no en las que sólo buscan engañar.
Engañadores, o seductores. No nos referimos a la seducción física, sino a los que descarrían a los corazones. No hacen nada, sólo engañan a las conciencias. Son asesinos y engañadores de éstas. No seducen a través de los ojos, sino que penetran en el interior, en aquello más precioso a los cristianos, en un corazón, una conciencia y una mente puros.
Son cervices de hierro, hablan necedades y son ladrones de conciencias. No sólo se niegan a admitir que lo son, sino que alardean de ser los mejores sanadores, guías espirituales y maestros de almas sumidas en el error del mundo. Poseen estas tres «virtudes»: son incorregibles, impacientes con el silencio como se lee en Job 32, y peligrosos. Si sólo tuvieran una de ellas, no resultaría tan malo porque su misma naturaleza los conduciría de camino a la cárcel o al infierno. Pero la tercera es la más peligrosa de todas: los que la poseen están esparcidos por todo el mundo y arrastran a mucha gente tras ellos.
El partido de la circuncisión no sólo eran judíos, había también muchos cristianos. Se trataba de algunos predicadores gentiles a quienes los judíos habían decepcionado. Se nota fácilmente en Hechos 15:5 cuando se oyó al consejo: «Se deben circuncidar». Es preciso no pasar por alto este texto. Venían de Jerusalén como emisarios de los apóstoles diciendo: «No podéis desobedecer». Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén y dijeron: «Debéis desobedecer». Sólo Pedro se puso al lado de Pablo y de Bernabé, los demás se opusieron a los apóstoles. Se le dijo a Pablo que los gentiles debían circuncidarse. Así se conducen nuestros fanáticos. Donde nosotros predicamos el Evangelio, ellos lo mancillan. ¿Por qué no se dirigen a los papistas? Mucha gente noble de entre los cristianos también se mostraron partidarios de la circuncisión.

El partido de la circuncisión lo tomó como un desprecio a su autoridad y ordenó: «Decid a los obispos que no se impresionen cuando les digan "somos vuestros maestros y los discípulos de los apóstoles, los que observan la ley de Moisés. ¿Sois mejores que ellos? Nuestras enseñanzas son verdaderas"». Es decir, era como si dijera: «Dirán que pertenecen al partido de la circuncisión y los gentiles pensarán: "Ellos están familiarizados con Moisés desde el principio, en cambio nosotros no sabemos nada. Pablo no tiene razón"».

1:11a los cuales es necesario tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que conviene.

A los cuales es necesario tapar la boca. ¿Cómo puede lograrse cuando es imposible hacerles callar? Si ni siquiera el consejo de los apóstoles pudo lograrlo, mucho menos lo conseguiremos nosotros. Los adversarios, por tanto, no vienen de fuera, sino del interior de nuestro propio pueblo. Está claro que sus argumentos están minando el prestigio de las autoridades de la iglesia. No podemos hacerles callar, pero es posible persuadir a nuestro pueblo para que no los escuchen. Como ya hemos dicho antes, estas cosas ocurren cuando se pasa por alto quiénes son y cómo actúan.
Familias enteras, por las cuales la iglesia permanece. Si los admitimos en casa, la infectarán toda, padre, madre, hogar. Por eso, la iglesia se reunía en una casa. Los Doce se juntaban en ella para oír el Evangelio y recibir la comunión. La peligrosa doctrina logró un éxito tan grande porque, como siempre, el objetivo de sus ataques eran los débiles en las Sagradas Escrituras y, por tanto, susceptibles de ser engañados con más facilidad. Si, a pesar de todos nuestros sermones, lograra entrar un fanático, tres semanas le bastarían para subvertirlo todo. No ejercemos ninguna influencia sobre la gente común y muy pocos aceptan la Palabra aunque en algún momento tuvieran la intención de entrar en la lucha. Sólo los que han pasado por esta experiencia serán buenos obispos predicadores. Son gente que saben refutar los argumentos y mantenerse firmes. Sin embargo, son muy pocos.
Enseñar. No indica lo que enseñan. Es como si dijera: «¿Quién puede enumerar las distintas materias que enseñan? En resumen, son cosas que no tienen el derecho a enseñar, que están prohibidas». Son necios y no predican lo que se precisa para obtener la salvación. Además, predican por la ganancia. ¿Acaso aquí, Pablo critica a los predicadores? ¿Quién le habló de ello? ¿Acaso dijeron: «Buscamos la salvación de las almas y la gloria de Dios»? Esto se dice ahora. Por tanto, resulta difícil acusarles por buscar la ganancia. Quizá alguna vez, lo vio con sus propios ojos, tal como dice en 1 Corintios 9:12: «Si otros tienen el derecho de participar en las cosas sagradas, nosotros vivimos con el producto de nuestras manos». Pero cuando menciona la ganancia básica, Pablo se refiere a la necesaria para llenar el propio estómago. Ellos vinieron para satisfacer sus propios estómagos. Romanos 16:18 cita «sus propios vientres», y Filipenses 3:19 dice «su dios es el vientre». Por ello, puedo decir: ¡Dejemos que los fanáticos juren lo que quieran! Son vanidosos y tienen el apetito de las bestias. Llego a esta conclusión por la autoridad de las Escrituras que califican a los falsos maestros como gente que devora: «Devoran la casa de la viuda» (Mr. 7:11). Devoran como si fuera un puñado de cebada (Ez. 8:33); Isaías dice: «Y esos perros comilones son insaciables» (Is. 56:11); y Amos los llama «vacas» (Am. 4:1). Por tanto, Pablo, por la autoridad que le brindan las Sagradas Escrituras y por el Espíritu Santo y su propio parecer, concluye en que cada uno de los apóstoles falsos son unos adoradores de sus vientres. También lo dice el Espíritu. Cualquier maestro en el que se halle el Espíritu, se centra en las cosas que son del Espíritu, de la gloria de Dios y de la salvación del hombre aun a costa de su propio estómago. Por tanto, es cierto lo contrario: donde el Espíritu no vive, sólo medra la carne; y donde domina la carne sólo existe el anhelo de la propia gloria; sólo comprenden las cosas terrenales y en ellas se centran. Por tanto, Pablo no es ningún calumniador, sino un juez completamente severo. Cada maestro malvado persigue su propia gloria, la satisfacción de sus propios apetitos y la ganancia básica. A esto se refiere Pablo cuando aceptan dinero para su manutención. Es ganancia cuando se aparta de lo que es estrictamente básico porque se hallan embarcados en una doctrina malvada y en el engaño de las almas. Quiso hacerlos odiosos a los ojos de los obispos y con ello, eliminar su autoridad. Explica el término «vientres»: buscar la ganancia básica a fin de tener algo que comer.

1:12 Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos.

Cretenses. Este es un pasaje muy inusual porque Pablo cita un texto pagano. «Edifica sobre este fundamento... plata» (1 Co. 3:12). La verdad - procede del Espíritu Santo, independientemente de quien la diga, en especial las verdades de los poetas cuando delatan nuestros pecados. La causa y el origen de esta declaración siempre es Él; se trata de una declaración enfática. Los cretenses adoraban a Júpiter al que llamaba el dios supremo. También afirmaban poseer el sepulcro de Júpiter al que alimentaban en sus cavernas35. No estoy de acuerdo. Es como si el poeta dijera: «¡En verdad, que tenemos algunos compatriotas inteligentes! Adoran aun dios vivo y muerto a la vez». En la actualidad, Grecia es una nación notablemente alegre, y aunque los griegos suelen mentir, en su historia podemos encontrar testimonios de casos de veracidad, como lo demuestra la oración de Flacus36. Sin embargo, de entre los griegos, los cretenses son los peores. El vicio predominante de esa nación era la mentira. Por otra parte, hay que confesar que, una vez convertidos, se acostumbraron a practicar más la verdad. Del mismo modo, si se encuentra un italiano sincero es porque lo es de veras. Entre los griegos, la frivolidad y la mentira es un pecado y un vicio natural. Todos los latinos así lo afirman. «A partir de una acusación, puedes aprender cómo son» dice el sexto libro de la Eneida37. Es como si dijera: «No os asombréis. Ha sido instruido en el arte de Pelasgos»38. Pablo habla así cuando menciona concretamente a los cretenses. Les atribuye tres «virtudes»: son una nación frívola, cultivan la mentira y viven de acuerdo con ella. Por eso les fue tan fácil dejar entrar a los falsos apóstoles. «Por ello, deberéis prestar a esto una atención especial.» Nuestros vicios nos hacen feroces y ebrios o glotones, por ello somos como cerdos nacidos en guerra y destinados al matadero.
Mentirosos. Por tanto, no les resulta fácil mantener su palabra, y si la dan la rompen con facilidad. Son bestias venenosas, como los animales del bosque, osos, leones y serpientes. Pablo lo confirma porque conoció por experiencia la certeza de estas afirmaciones. Aparte de su simpatía no tienen otra cosa. Son coléricos, feroces y perseguidores. Por lo tanto, a un obispo no le faltarán detractores y acusadores malignos. Por ejemplo, nuestros fanáticos que quieren dar la impresión de modestia y de no condenar el Evangelio y, sin embargo, fijaos en las muertes y daños que cometen. Griegos y cretenses, esas bestias perversas, poseen estas condiciones en el mayor de los grados. Cristo les llama víboras (Mt. 12:34). Ante los hombres se adornan con una hermosa apariencia, pero por debajo late la peor de las índoles. «Si decís esto -declara Pablo-, y os negáis a dejarlos solos con sus mentiras, atraeréis contra vosotros a leones, osos y tigres.»
Glotones. Este es un hermoso sinécdoque, una antinomia39 llamarlos glotones y perezosos, ociosos, malas bestias, que no sirven para nada excepto para el establo40. La doctrina verdadera enseña la mortificación y la negación de nuestro propio sentir.

1:13 Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe,

Este testimonio es verdadero. Es una confirmación. Las palabras de este verso son ciertas aunque las haya escrito un poeta pagano. Son como trofeos que podemos llevarnos41. Sin embargo, aplicar este tipo de argumentos a los temas espirituales, requiere cierto arte. Platón y Aristóteles escribieron muy bien acerca de los temas políticos, Plinio describió las obras de la naturaleza, etc...., pero no penséis que un pagano pueda instruir las conciencias de los hermanos. Sólo Cristo, nuestro Maestro, puede hacerlo42.
Por tanto, repréndelos. Con esta frase va de lo particular a lo general. Empieza con una exhortación general dirigida no sólo contra los falsos apóstoles, sino también contra sus oyentes, es decir, dado que los cretenses son frívolos y mentirosos, es preciso rechazarlos, ya que unido a su natural diabólico está su manera de hablar descalificadora. Dos diablos se juntan en ellos: la enfermedad natural y el médico malo, un huevo podrido43. Si un maestro es malvado, sus discípulos también lo serán. Duramente en griego significa conciso y claro. Quiere decir:
«Denúncialos de manera que no quede en ellos nada sin rechazar, del mismo modo que talas un árbol sin dejar una sola rama. Sea lo que sea que veas en ellos que no corresponda a la buena doctrina, córtalo de raíz para que no quede nada de la doctrina humana». El motivo es que Pablo siempre tiene presente el proverbio de «un poco de levadura» (Gá. 5:9). No se puede tomar a la ligera la importancia de la doctrina de los hombres porque tiende a crecer continuamente. El primer concilio de la Iglesia ya impuso una determinada regla concerniente a lo «estrangulado» (Hch. 15:20). Pero ni siquiera este primer concilio estuvo libre de contaminación aun cuando contaran con la ayuda del Espíritu Santo en la redacción de los decretos en los que incluyeron ciertas deferencias a los judíos. Sin embargo, sirvió para facilitar la elaboración de decretos posteriores. Más tarde, Pablo abolió aquella norma, contraria al decreto del concilio apostólico, y dice (1 Co. 8:4): «Un ídolo nada es en el mundo». En el Concilio de Nicea se dictó el decreto del celibato que ha extendido su influencia por doquier por constituir «levadura». Por tanto, es responsabilidad del pastor que nada impida el crecimiento de la planta, de lo contrario la enfermedad se apoderará de ella. Así se comporta Satán, determinado a que no exista una sola sílaba que hable contra él. Si logra que un cristiano niegue una sola cosa, no lo dejará tranquilo hasta hacérselo negar todo. Por ello Cristo quiere que ni una sola sílaba de la doctrina de Satán quede en pie. En alemán44 decimos «Da la mano a un sinvergüenza y te tomará el brazo». De forma similar «no debe pedirse al maligno que influya en los hijos de uno». Hay que rechazarlo de plano, es decir, de forma radical, absoluta, perfectamente y en redondo.
Para que sean sanos en la fe. Es decir cuando practique el necesario rechazo, su fe no debe debilitarse -en palabras de Pablo- ni fatigarse, ni confiar en las obras, en cuyo caso el veneno entra en su corazón y el resultado es el mismo como cuando la enfermedad ataca al cuerpo. Nuestra fe depende solamente de Cristo. Sólo Él es virtuoso y yo no. Su virtud me amparará el día del juicio y contra la ira de Dios. Si a esto añado la declaración de «he hecho los tres votos», la peste se declara de inmediato porque bajo una falsa cobertura se ha introducido una justicia extraña. ¡Cortadlo por completo! Si queréis hacer buenas obras, practicadlas en beneficio de vuestro prójimo. Los que anhelan el veneno son maestros de la peste.

1:14 no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad

No atendiendo a fábulas judaicas. Aquí se combinan dos cosas en una. Este título debería inscribirse en letras grandes y doradas sobre la misma doctrina de los hombres. «Es su naturaleza -dice- rechazar la virtud. Así como las llamas del fuego consumen lo que queman, así las doctrinas de los hombres rechazan la verdad.» Hay que fijarse en el argumento de la oposición a las doctrinas de los hombres. ¿Cómo? Si yo acepto el mandato de los hombres, es imposible que mi conciencia no se sienta ofendida. Si es un mandato, es preciso cumplirlo. Si es así, es un pecado no hacerlo; si no lo es, uno es libre. El mandato de los hombres dice: «No podéis salvaros a menos que hagáis esto». Si yo digo «Os prescribo que comáis carne libremente los viernes», no es un mandato que las obras de los cristianos permitan. Por tanto, es evidente que los mandatos de los hombres crean oposición. A menos que haga algo a favor de alguien, no hay mandato como el del amor, que significa la libertad del Espíritu y no rechaza la verdad. En base a esto, se deduce que los mandatos de los hombres y la doctrina verdadera, son diametralmente opuestos. Si el abad me permite ponerme voluntariamente la capucha, un acto como éste no entra en conflicto con la fe, pero él dice: «Si no te la pones, te condenarás». En ese caso, todo se altera porque entra en conflicto con la verdadera fe. Los cristianos virtuosos dicen: «No conozco nada excepto a Jesucristo» (1 Co. 2:2). Sirvo a mi hermano a través del amor pero no deseo ser salvado a través de él. Lo hago por libre deferencia a él, pero no seré condenado, salvado o perdido a cuenta de ello. Hay que pisotear los mandatos de los maestros que sólo buscan cegar a las conciencias. Por tanto, el Papa es el Anticristo porque afirma: «Nuestros mandatos son órdenes estrictas. Si alguien, etc....»45. Establece por su cuenta la ira de Dios y de los santos, y amenazan al desobediente con la condenación y promesa de la salvación a los obedientes. Debéis denunciarlo enérgicamente porque cosas como esta son intolerables. Firme significa que saben que sólo en Cristo están justificados y que las obras nacidas del amor son de libre ejecución. Por tanto, también los mandatos de los hombres deberían ser de libre elección. Si amar a vuestro prójimo como a vosotros mismos no justifica si antes no se ha justificado en Cristo, os justificaréis mucho menos si vivís de acuerdo con los mandatos de los hombres. Prefiero considerar a la frase «no atendiendo a fábulas judaicas» referida no sólo a las genealogías judías, sino a la misma Ley, incluyendo la precedente de sus ancianos y apóstoles. Dice: «Cuando predican la circuncisión, los sacrificios y otras ceremonias legales, alegan los precedentes de sus ancianos y de los apóstoles». Así, por extensión, llama a la Ley mitos, pero a las tradiciones de los ancianos mandatos de los hombres, prescritos aparte y por encima de la Ley. Así se lee en el Evangelio (Mt. 15:4-5). El resumen de todo esto y que debemos dar por cierto es que, ya se trate de los mandatos de los hombres o de la Ley, ninguna virtud prevalece, sino la de Cristo. Por tanto mediante la fe se abroga la Ley de tal modo que si dejo de observar las ceremonias de la Ley y viceversa, no peco. Ved que no hay enseñanza de ningún falso apóstol que no imponga una necesidad diciendo: «Requerimos por orden estricta». Una Misa no es un mandato, sino una ceremonia voluntaria condicionada por nuestro deseo y voluntad. Pero en el papado no hay más que mandatos y órdenes tales como «un seglar no podrá tocar el cáliz».
O para decirlo con toda claridad, los mitos judíos casi sobrepasan los de los griegos. Sin embargo, creo que por «mitos», se refiere exactamente a la tradición de la Ley tal como ellos la aceptaban. Deberían enseñar que «Por medio de la ley, es el conocimiento del pecado» (Ro. 3:20). Este es el motivo de rechazar su tradición.
Quien rechaza la verdad se refiere a los hombres. En la iglesia primitiva abundaban muchos de éstos. Así Espiridión, presente en la historia de la iglesia, vivía una vida de libertad41. Pero las mejores palabras y ejemplos han perecido con el paso del tiempo y sólo se recuerdan los peores. En los Decretales no se lee ninguna reflexión acerca de las Sagradas Escrituras, sino a quién debe ordenar un obispo, quién posee alguna jurisdicción, cómo ha de gobernarse determinada iglesia, cuántos ingresos ha de percibir otra, o como ha de utilizarse el palio. De estos escritos se han conservado los peores mientras los mejores desaparecieron. Espiridión, obispo de Chipre, en una ocasión tuvo un huésped. A la hora de comer, encargó a su hija que le sirviera unos alimentos. Ella dijo que le daría cerdo y así lo hizo. Esto ocurría durante la Cuaresma. El huésped repuso «soy cristiano» convencido que, como era cuaresma, no podía comer. El obispo le respondió con toda razón: «Debido a que eres cristiano, mayor razón para que comas porque todas las cosas son puras». Creo que había muy pocos hombres como él. Este ejemplo registrado por escrito, merece ser celebrado en elogio de alguien que, en conciencia, se atreve a comer diferente de los otros. Asimismo, es de alabar la respuesta del obispo. Posiblemente hubo otros como él pero su historia no se ha recogido. Si ahora decís a un monje: «Quítate la capucha, cásate con una mujer», os replicará: «Yo soy cristiano». ¡Cuan cautivas están aún las conciencias y cuan rara es todavía la auténtica doctrina!

1:15 Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.

Todas las cosas son puras. Estoy seguro de que con esta frase comprendo perfectamente por qué Pablo llama despectivamente mitos a la Ley: mitos eran todo lo relativo a la comida, a la ropa o la bebida. Por tanto, hay mandatos de los hombres y mitos judíos. Las prescripciones que encontramos en la ley de Moisés acerca de animales puros e impuros, también las llama mitos. En verdad, esto es lo que son. No deben imponerse a los hombres. Ni tampoco las regulaciones concernientes al lavado de la ropa, o a las cosas que no deben ser tocadas o a los distintos utensilios. Los mandatos de los hombres se apartan de la verdad, pero la auténtica doctrina torna las cosas puras. Esto último debería estar escrito en letras de oro. Constituye una auténtica tormenta disgregadora de las tradiciones humanas, de la ley del Papa y de los decretos de los concilios que declararon que el matrimonio era impuro para los sacerdotes. Como ellos mismos son impuros, dice Pablo, por eso rechazan la verdad. El matrimonio puro, es puro. El Papa dice que durante la Cuaresma hay que abstenerse de alimentos preparados con leche, queso y mantequilla. Para los papistas y sus seguidores, estos alimentos son impuros porque se prepararon a partir de un alimento impuro, pero como dijo Espiridión, no lo son. He leído un decreto del Papa que dice: «No nos abstenemos de la leche y de la carne, porque las criaturas de Dios sean malas, sino porque sirven para frenar la carne a efectos de la piedad y la templanza».47 Se equivoca. Los mandatos se emiten por dos motivos principales: para que los que los observan puedan considerarse virtuosos y por lo contrario. Pero han dejado de existir. Si se habla de justicia a los ojos de Dios, nada la obtiene si no es Cristo que es el Mediador. Su justicia es la nuestra tal como declara Pablo en 1 Corintios 1:30. En este aspecto, no vale ninguna ley, ni la de Moisés ni la del Papa. No tolero que el Papa me presente como virtuoso a los ojos de Dios sólo porque observo sus mandatos. Nadie puede hacerlo porque no es lo que Él nos exige. Mis tres votos no pueden presentarse por sí mismos a los ojos de Dios porque significaría que estoy pisoteando la sangre de Cristo. El único mandamiento que hay es el del amor. Hago las cosa por deferencia a ti y te obedeceré, pero no porque a causa de ello pueda salvarme o condenarme. Una manera de predicar es contraria a la fe y la otra está de acuerdo con el principio del amor; hay que rechazar la primera y aceptar la segunda. Ninguno de los falsos apóstoles lo aceptará porque ellos suelen conducirse en base a las leyes. Dicen los iconoclastas: «Destruyo justificadamente las imágenes, no hacerlo es signo de impiedad». Como nosotros, esto significa que ellos no admiten la verdad a menos que sea espiritual, pero en la libertad del amor nadie precisa de justificación porque nadie somos mejores que los demás. Pero es en ausencia del Espíritu, que deciden si hay que justificarse o condenar. Nosotros no concedemos esta prerrogativa ni al mismo amor. El hecho de practicar todos los actos de amor que existan, no me justifica a los ojos de Dios, sólo me justifica a mí ante los ojos del mundo. Dejemos el texto tal cual es. Son puros los que tienen una fe firme, quienes creen en Cristo, quienes saben que no pueden ser profanados por nada. La fe en Cristo no tarda en producir amor, un amor que crea deferencia respecto al hermano, pero que no sirve de justificación para nadie. Pablo mismo explica lo que quiere decir cuando habla de incredulidad; por tanto, los puros son aquellos que creen. No necesito entrar en ninguna disputa. Quien no cree no es puro. Es la pura verdad. El Libro de los Hechos dice (Hch. 15:9): «Y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones». Se purifican a través de la fe. «Bienaventurados los de corazón limpio porque ellos verán a Dios» (Mt. 5:8); quienes creen verán. Por tanto, para aquellos que saben que están justificados sólo en Cristo, todo es puro, sea pescado o carne. Esto trastoca todas las tradiciones y leyes de los concilios. ¿Qué hicieron nuestros monjes y obispos cuando leyeron sin comprenderlo: «para los puros, todas las cosa son puras» y declaraban impuros alimentos y ropas? Son gente sin fe. Por tanto, ordenan a los hombres rechazar la verdad. Pablo lo demuestra cuando dice: los impuros e impíos, es decir, alguien ha hecho algo impuro, han de saber que son impíos, que son gente que rechaza la verdad y, por tanto, no tienen fe. Por ello, concluimos que el reino del Papa y de los monjes son reinos impíos; son paganos porque viven completamente sin fe y sin virtud, y hacen impuras las cosas que son puras a los ojos de Dios.
A los corrompidos. En este caso nada es puro porque para quien ha perdido la fe, todo es impuro; para él Dios es impuro como lo son la justicia y su propio corazón. ¿Cómo se produce esto? Para una conciencia sin fe, todo es corrupto. Aunque un monje se confiese, vaya a Misa y atienda a ella con la mayor devoción, actúe y obedezca su regla y se tonsure, al final su conciencia debe decirle: «Ignoro si complazco a Dios». Todo es impuro porque a los ojos de Dios no es virtuoso. Siente que no complace a Dios y, por tanto, las cosas que hace son impuras. Lo son la Misa, los hábitos, las lágrimas y las oraciones. Así cuando observa la castidad, la pobreza y la obediencia; no es más que un moribundo porque ha de reconocer: «No sé si complazco a Dios». Al estar vacíos de fe, sus votos son impuros. No está convencido de complacer a Dios. Así, si yo me dedico a especular acerca de si es cierto que Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre y que vendrá a juzgarnos, en lugar de ver como lo presenta en Romanos 8:34, Cristo y Dios son impuros para esa persona48. Y de esta manera, el uso de toda criatura también es impuro. Cuando toma el sol no cree complacer a Dios. Todo cuanto hay le provoca dudas, como la luz, el alimento, la bebida y hasta la misma vida se le aparece como impura. Una conciencia es impura cuando duda que usar una criatura pueda complacer a Dios. ¿Qué sacerdote se atreve a creer que su Misa complace a Dios? Como no posee la Palabra, sólo puede decir: «Me parece». Al revés que él, yo llego a la conclusión de que cuando la Palabra no está presente en la conciencia, es imposible confiar. Como se pregunta en Romanos 10:14: «¿Cómo?» Si celebras la Misa sin la Palabra, la celebras sin fe. Así, pregunto yo aun monje: «¿Al tomar tus votos, posees la Palabra?»; y ningún monje puede afirmar «La vida de religión agrada a Dios» porque es incapaz de manifestar la Palabra de Dios que le diría: «Todo cuanto conduce a la vida, complace a Dios». En un hombre puro, la conciencia alberga la fe y viceversa. Por tanto, la fe es la pureza de conciencia que cree firmemente que complace a Dios en Cristo. Por otra parte, una conciencia que busca agradar a Dios y lo hace sin la Palabra, cae en la incertidumbre y en la contaminación. En el Último Día, sus obras, votos y creaciones lo acusarán49.
En este pasaje hemos oído cómo Pablo condena con palabras muy graves las doctrinas de los hombres, palabras que deberían llenarnos de temor a menos de ser obstinados y ciegos, es decir, las que dicen que para los puros todas las cosas son puras. Como ya he dicho, los impuros y aquellos cuyas mejores obras carecen de fe, no son puros, sino impuros, porque no pueden afirmar en conciencia que complazcan a Dios. Así, hoy, los sacramentistas tiene una fe impura y una doctrina perversa50. Cuando disputan sobre la muerte y resurrección de Cristo, todo cuanto dicen es impuro porque en conciencia saben perfectamente que no enseñan estas doctrinas correctamente. Por consiguiente, a causa de la incertidumbre y las dudas que embargan su conciencia, nada hacen bien.
Mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Ambas cosas son impuras. No lo reconocen porque su impureza les ciega. El ojo de su corazón lo llena la impureza de la misma manera que el ojo corporal es incapaz de ver adecuadamente cuando las venillas rotas lo llenan de sangre o un agua sucia los ha infectado. Así, dice, su mente es impura y por tanto también su conciencia. La mente es el origen de los juicios sobre las cosas, como dice en 1 Corintios 14:19: «con mi mente más que con mi lengua». Se refiere a la mente del espíritu, al poder cognitivo del hombre que acepta51 la instrucción. Su pensamiento, mente y opinión están contaminados; por tanto, de ello se deriva una conciencia también impura dado que ésta hace lo que la mente enjuicia. La mente dice: «Si comes carne en viernes, pecas», la conciencia concluye: «Por tanto, no hay que comer carne». La conciencia extrae las conclusiones pero las premisas las pone la mente. Que comer carne en viernes es pecado es la premisa mayor establecida por la mente que impele a la conciencia a adoptar una conclusión. La premisa mayor siempre es cierta porque no contradice al sentido común de los hombres. Así, el fanático dice: «Debemos enseñar la fe en Cristo, el amor y el rechazo a las tradiciones humanas». Esta premisa mayor es compartida por toda la raza humana, pero tropiezan en cuanto se hallan ante la premisa menor, la que proclamaban los falsos apóstoles del tiempo de Pablo: «Hay que evitar lo malo; es malo no estar circuncidado». No es malo obedecer a Dios, pero si te abstienes de carne haces bien. A una premisa menor válida le sigue la conclusión. Es deber hacer todo lo bueno; es bueno desechar la vida monástica. Aquí reside el conflicto. El Papa lo niega y nosotros lo afirmamos. Los que poseen una mente firme, tienen una conciencia veraz. La idea que tienen ellos de las cosas sagradas es impura, por tanto, su conciencia también será impura. Pero, en primer lugar, el conflicto no debe centrarse sólo en la conciencia, también hay que determinar todo cuanto pertenezca a la mente. Si yo convenzo al Papa de que hay que desechar la vida monástica, la conclusión se sigue de inmediato. De una conciencia y mente impuras, no puede derivarse nada puro. Por ello, las disputas acerca de la gracia no son puras. Quienes niegan a Cristo en una cosa, le niegan en todo.

1:16 Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.

Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan. Estas palabras son realmente impresionantes. Quien se equivoca en mente y conciencia, no puede producir buenas obras. Deberían saberlo todos aquellos que se aferran tercamente a las tradiciones humanas. Tampoco pueden producir buenas obras los que carecen de una mente pura y de una fe firme. Sin embargo, afirma, consiguen aparentar una pureza de religión mucho mejor que la nuestra. Emiten aseveraciones profundas, alardean de conocer a Dios, sus bocas nunca callan. Pablo les reconoce una gran elocuencia y ostentación en lo que se refiere a la doctrina cristiana, al conocimiento de Dios y a la afirmación de que están en posesión de el. No es más que mera apariencia y presunción. Fijaos en nuestros fanáticos. Abarrotan sus libros con grandes palabras sobre la gloria de Dios y el amor a los hermanos o la rectitud de la fe. Pero hablan impuramente porque lo hacen con la intención de contaminar el sacramento. Hablar de la pureza de las doctrinas relativas a la fe, etc. con una mente impura es una tarea vacía porque contaminan la Eucaristía, el Bautismo y la Palabra externa sólo para confirmar sus desvaríos. Son hombres de corazón deshonesto porque persiguen utilizar estas palabras con un propósito contrario a la gloria de Dios, a la Palabra de Dios y a los sacramentos. Hablan de la gloria de Dios y, sin embargo, la alejan de Él. Por tanto, alejan las palabras, los dogmas, las sentencias más sublimes sólo para combatir la gracia de Dios. Sus sermones y torrentes de palabras son incesantes, mucho más que los nuestros; pero le niegan a través de sus hechos: «Debéis curcuncidaros». Afirman conocer a Dios. Predican la justicia pero al hacerlo, la combaten junto a las buenas obras; y sustituir las buenas obras por la justicia es luchar contra ésta. Estamos de acuerdo en la premisa mayor: «Deben hacerse buenas obras». Lo afirmamos, pero al llevarlo a cabo lo negamos. La gloria de Cristo es creer en sus Palabras. Según las palabras de la Cena del Señor, se nos instruye a comer su carne. Dicen: «Es la gloria de Dios y de Cristo que se sienta a la diestra de Dios Padre y por la gloria de Cristo, la contaminamos». Así los judíos colocan la justicia en la ley y con esto, atacan a Dios. Es decir, niegan a Dios y todo lo que Dios gobierna bajo el pretexto de glorificarlo.
Siendo abominables. Realiza tres aseveraciones y en verdad que son dignas de ser estudiadas. En primer lugar, indica que son auténticos idólatras, identificados con las doctrinas antiguas. Con la abominación se refiere a los idólatras. En su corazón albergan una mente anómala y una conciencia impura alejada de Dios. No utilizan correctamente ninguna de las palabras y obras de Dios, por tanto las extravían y se extravían ellos aun cuando su apariencia tenga el aire de la legitimidad. Cuando alguien presenta a Dios de una forma distinta de la que es, está fabricando un ídolo, por ejemplo cuando alguien afirma: «Como conservo mi castidad, Dios me mira con benevolencia y me premiará en mayor medida que a los demás cristianos. Gracias a la castidad del cuerpo, se es uno con Cristo, por eso no debe condenarse a las vírgenes paganas»52. Una forma de pensar como ésta crea un ídolo en el interior de su corazón. No describe al verdadero Dios, sino que bajo el nombre de Éste inventa y describe una enorme mentira. Y sin embargo, vemos que la Iglesia expresa y publica estas afirmaciones idólatras y abominables. Abominable. Es decir, al seguir las abominaciones, son abominables a los ojos de Dios. Son idólatras tal como lo eran los judíos de aquel tiempo que decían: «La circuncisión os salvará». Sólo salva la justicia de Cristo, es decir, la auténtica justicia que es absolutamente contraria a la idolatría y a la abominación. Y no hablamos sólo de las ceremonias, como afirma Erasmo", sino de las leyes que impulsan a los hombres a creer en sus obras a cuenta de la abominación espiritual y la idolatría que anida en sus corazones.
Rebeldes, incapaces de creer y ser convencidos. Según Pablo, ésta es una característica singular. En primer lugar su mente está cegada al Espíritu Santo y a la comprensión verdadera. En segundo lugar, al profesar una terquedad profunda y al alimentar con persistencia un corazón testarudo, se hallan más allá de cualquier persuasión. Se niegan a escuchar. Si un maestro les ataca diciendo: «Estáis en un error. La justicia es la gracia de Dios en Cristo», rehuyen ver u oír. A esto se le llama estar alienado de la justicia e incluso negarse a atender a sus sentidos. Es como si dijera: «Lo he probado muchas veces. Quería hacerles reflexionar pero no ha servido de nada». Pero aunque los fanáticos sean incapaces de replicar a los argumentos que se les presentan en contra, no callan. Y en tercer lugar, no sólo son detestables y tercos, sino que su vida carece de utilidad.
Reprobados en cuanto a toda buena obra, y sin embargo, conservan una notable apariencia externa. Llevan a cabo obras de misericordia y sufren mucho. ¿Por qué? Pablo afirma que están incapacitados para cualquier buena obra. Del mismo modo que la apariencia de sus palabras hace pensar que conocen a Dios, la apariencia de sus obras les presta el halo de la santidad. Nadie parece menos capaz para las buenas obras que ellos. Afirmamos que mientras su mente y su conciencia se hallen sumidas en el error serán incapaces, no sólo de hacer nada a la gloria de Dios, sino ni siquiera en beneficio de su propia gloria. El árbol es malo, por tanto, sus frutos también lo serán. Es malo porque sus mentes son impuras y para los impuros nada es puro. Al ser su corazón impuro también lo son sus palabras, así que es inevitable que resulten incapaces. Todo cuanto realicen tendrá por base el error. Aunque vayan a parar a la cárcel o mueran, todo será impuro. Una obra no es pura a menos que surja de un corazón y una conciencia puros. No sólo sus esfuerzos son vanos, también son defectuosos y perversos, incluso aunque se presenten bajo una hermosa apariencia y parezcan la obra de unos buenos cristianos. Sufren, llevan a cabo actos de misericordia, mueren, imitan las obras de los cristianos, pero insistimos en decirles que poseen una mente impura, un convencimiento que para nosotros es consolador y nos hace fuertes frente a su engañosa apariencia. Si su doctrina es impura, también lo serán su conciencia y sus obras por sobresalientes que sean. Pablo dice a los Calatas (Gá. 3:4): ¿Tantas cosas habéis padecido en vano, si es que fue en vano?» Por ello, procuremos ser precavidos y no aceptar ciertas doctrinas con demasiada precipitación. Cuando se pierde la Palabra, la pérdida es irremediable. Por esta razón, les pido que me demuestren que el «ser» significa «representar». Es Satán quien los dirige y los lleva a donde le place. Resumiendo, las tres características, esas virtudes especiales que ostentan, son: que poseen un corazón impuro, una conciencia impura y que hablan de Dios del modo que lo hacen.
En cuanto a toda buena obra. Y sin embargo, llevan a cabo grandes obras, efectivamente, más que los fieles, pero como dice el Salmo 16 «pero ellos» refiriéndose a los baalitas y a Acor54. Y en el Salmo 14:1 se dice: «hacen obras abominables» no por sus pecados, «sino por sus actos». Por tanto es cierto esto: (Sal. 14:2): es la forma de vida juzgada por Dios

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NOTAS
Capítulo 1

1.Agustín, De doctrina Christiana, Libro IV, Cap. 4, párr. 6, Corpus Christiano-rum, Series Latina XXXII, 119-120.
2.Para Lutero los ministros del Nuevo Pacto son, en primer lugar, pastores y portadores de la Palabra de Dios, nunca sacerdotes, término que el Nuevo Testamento ignora respecto al ministerio cristiano. Lulero rechaza el sacerdocio jerárquico de Roma, porque introduce el error en la aplicación de los beneficios del sacrificio de Cristo. Cristo es el único y eterno Sacerdote de la Nueva Alianza y no pueden existir otros sacerdotes que ofrezcan sacrificios externos, porque va contra la Escritura hablar de sacerdotes y sacrificios externos y visibles, cuando Cristo en la cruz como único y eterno sacerdote ha ofrecido de una vez para siempre el sacrificio que quita el pecado del mundo. En consecuencia queda abolida la misa romana como sacrificio, pues al negar, con la Escritura, la necesidad y existencia de un sacerdocio externo y visible, cae por el suelo la existencia del sacrificio externo y visible que sólo el sacerdote puede ofrecer. "Si se vieran obligados a admitir que todos somos igualmente sacerdotes cuantos hemos sido bautizados —como en verdad somos, y que a ellos sólo se confió el ministerio, pero por consenso nuestro— deberían saber al mismo tiempo que no tienen derecho alguno de dominarnos sino hasta cuando lo admitiéramos voluntariamente. Así dice en la primera epístola de Pedro (cap. 2): «Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio y reino sacerdotal». Por ellos somos sacerdotes cuantos cristianos existimos. Pero lo que llamamos sacerdotes, ministros son, elegidos de entre nosotros, y deben hacerlo todo en nuestro nombre. Y el sacerdocio no es otra cosa que ministerio... De ello resulta que aquel que no predica la Palabra, para la cual precisamente ha sido llamado por la Iglesia, no es sacerdote de manera alguna" (La cautividad babilónica de la Iglesia, "El Orden"). Cf. Elias Royón, Sacerdocio: ¿Culto o ministerio? Una reinterpretación del Concilio de Trento (Universidad Pontificia de Comillas, Madrid 1976).
3.Sobre el significado del vocablo, ver Las obras de Lulero, 14, p. 269, n. 25
4.Al parecer, Lutero se refiere a los que negaban el pecado original y a ciertos anababtistas que se oponían al bautismo de los niños con el pretexto de que no era necesario.
5.La Iglesia es la comunidad de elegidos o predestinados sólo conocidos por Dios. Con esle concepto Lulero se enfrenta a la eclesiología romana de carácter jerárquico y externo. La Iglesia es "invisible" al ojo humano, toda vez que su realidad es espiritual; nace y surge donde se predica y acepta con fe la Palabra. Sólo los ojos de la fe permiten percibir y contemplar la verdadera realidad de la Iglesia.
En los Artículos de Esmalcalda, Lulero escribe: "Hasta un niño de siete años sabe quiénes son los que integran a la Iglesia: son los santos creyentes y las ovejas que escuchan la voz de su pastor, ya que los niños oran «creo en la santa Iglesia cristiana». Y esta santidad no se cifra en sobrepellices, tonsuras, en ornamentos ampulosos ni en los demás ritos que ellos se han empeñado en inventar a espaldas de la Sagrada Escritura, sino en la Palabra de Dios y en la fe verdadera" ("Sobre la Iglesia"). "La cristiandad es una asamblea espiritual de las almas en una misa fe; nadie debe ser considerado cristiano según el cuerpo, a fin de que quede claro que la cristiandad natural, la cristiandad esencial y verdadera radica en el espíritu y no en algo exterior" (Obras de Latero, 6 p. 293).
6.Aquí Lulero vuelve al uso romano de la «pietas» que significaba «piedad filial».
7.Este es el final de la primera charla del 11 de noviembre de 1527 y el principio de la segunda del 12 de noviembre.
8.Quizá Lulero se refiere a la carta de Plinio a Suetonio, «Epislolae», 1,18.
9.Lutero insiste contra la idea escolástica de "mérito" en lo que encubre y desfigura la justicia divina ofrecida gratuitamente por Dios al pecador, no en virtud de ningún mérito actual o previsto en el futuro, sino de la graciosa voluntad salvífica de Dios mismo. Es uno de los puntos más importantes de la controversia entra la teología de Roma y los Reformadores. El pecador nada es ni puede hacer para "merecer" la salvación, sino que es justificado gratuitamente por la gracia de Dios. "Me veo obligado a afirmar respecto al nombre mismo de mérito, que quienquiera que fuese el primero que lo atribuyó a las obras humanas frente al juicio de Dios, hizo algo del todo inconveniente para mantener la sinceridad de la fe. Por mi parte, de muy buena gana me abstengo de toda discusión que versa en torno a meras palabras; y desearía que siempre se hubiese guardado tal sobriedad y modestia entre los cristianos, que no usasen sin necesidad ni motivo términos no empleados en la Escritura, que podrían ser causa de gran escándalo y darían muy poco fruto. ¿Qué necesidad hubo, pregunto yo, de introducir el término de mérito, cuando la dignidad y el precio de las buenas obras se pudo expresar con otra palabra sin daño de nadie? Y Cuántas ofensas y escándalos han venido a causa del término «mérito», se ve muy claramente, con gran detrimento de todo el mundo. Según la altivez y el orgullo del mismo, evidentemente no puede hacer otra cosa sino oscurecer la gracia de Dios y llenar a los hombres de vana soberbia" (Calvino, Institución, III, cap. XV, 2, 1°).
10.No está claro a quién se refiere Lulero cuando dice el «obispo Alejandro», quizá a Alejandro I, obispo de Roma 105-115 o 109-119; aunque más bien suele referirse al Papa Gregorio I (590-604).
11.Jerónimo Adversas Jovinianum, libro I, cap. 35, Patrología, Seríes Latina, XXIII, 270-271.
12.En la Glossa ordinaria sobre este pasaje se han recogido los comentarios del agustino explicando el lema del «marido de una esposa» y han pasado a la compilación Gradan de la ley canónica.
13.O bien Lulero se refiere al hecho conocido por él y comentado también en oirá parte sobre la vida personal de Alberto de Mainz, o habla del conflicto de intereses entre la posición de Alberto como arzobispo de Mainz y a la vez, como electo de Branderburgo.
14.Este es el final del segundo sermón del 12 de noviembre de 1527 y el principio del tercero del 13 de noviembre.
15.La fuente de información de Lulero acerca de Pafnulius es probablemente Casio-doro, Historia tripartita, vol. II, cap. 14, Patrología, Seríes Latina, LXIX, 933.
16.Esta podría ser la exégesis de Joviniano de este pasaje; véase Jerónimo Adversus Jovinianum, vol. I, cap. 34, Patrología, Seríes Latina, XXIII, 270.
17.Esle comentario parece sugerir que fue con cierla renuencia que Lulero se casó con Kalherine von Bora el 13 de junio de 1525.
18.Para un estudio general de este lema, ver Juan Bautista Cabrera, El celibato forzoso del clero. CLIE, Terrassa.
19.La frase «Si vacarel» del texto parece contener una alusión conocida sólo por los oyentes de Lulero.
20.Persius, Carmina, IV, 3.
21.Aunque el lexlo original dice «doceri», lo hemos tomado por «docere», enseñar, tal como indica el sentido del escrito.
22.Este es el final del tercer sermón del 13 de noviembre de 1527 y el comienzo del cuarto del 18 de noviembre.
23.Agustín, De Sermone Domini in monte, vol. II, cap. I, Corpus Chrístianorum, Series Latina, XXXV, 91-92.
24.Véase por ejemplo a Plaulo, Mostellaria, I, 1, 22 y 64-65.
25.Jerónimo, Comentaría in epistolam ad Titum, Patrología, Seríes Latina, XXVI, 601-602.
26.Jerónimo, Commentaria in epistolam ad Titum, Patrología, Seríes Latina, XXVI, 602-603.
27.Federico (ver Obras de Lulero, 13, pgs. 157-159) murió en 1525. Se le llamaba «el sabio» y Lulero parece de acuerdo con esle apelativo.
28.No queda claro en qué sentido Lulero dice que ha estado predicando desde 1522 y orando desde 1515, a no ser que el «12» sea un desliz de pluma por «21»; podría referirse a 1507, cuando fue ordenado. Queda aquí maravillosamente retratado el ministerio del pastor, como oyente y siervo de la Palabra, que va a ser la Iónica de los mejores predicadores evangélicos desde entonces. "Hermanos —exhortaba Charles Spurgeon a sus estudiantes—, dominad vuestras Biblias; sean cuales sean las demás obras que no hayáis escudriñado, familiarizaos completamente con los escritos de los profetas y de los apóstoles. La Palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia" (Un ministerio ideal, I, p. 40).
29.Lutero se refiere al tratado sobre La libertad de la voluntad, Erasmo escribió contra él en otoño de 1524 al cual Lutero replicó en su tratado Sobre la esclavitud de la voluntad en 1525.
30.Este es el final del cuarto sermón del 18 de noviembre de 1527, y el principio del quinto del 19 de noviembre.
31.Lutero debe referirse al familiar adagio clásico conocido en sus versiones griega y latina como mente sana in corpore sano o la fórmula aristotélica, Nicomachean Ethics, Vol. VI, cap. 9. (Nota: existe traducción en castellano a la citada obra de Aristóteles, Etica a Nicómaco).
32.Obras de Lutero, 37, pág. 30 y otras.
33.Una frase familiar: «Hans mit den kopff hin durch»,ver Obras de Lutero, 21, p. 23, n. 9.
34.Ver, por ejemplo, la referencia citada en Las obras de Lutero, 13, pg. 352, nn. 2-3.
35.Hesíodo, Teogonia, líneas 477 y siguientes, virtudes: ser.
36.36 Cicerón, Oratiopro Flaco, IV, 9-10.
37.Virgilio, La Eneida, II, 65, no el vol. VI como dice el texto.
38.Id. II, 152.
39.Sobre la figura de la antinomia, ver Institutiones Oratoriae de Quintiliano, VIII, vi, 29 y 43.
40.La frase alemana «auff kobel» es oscura. Hemos preferido seguir a los editores de Weimar que lo indican como establo.
41.En base a Éxodo 3:22, Agustín justificó el uso de ideas paganas como «expolio a los egipcios», De Doctrina Cristiana, vol II, cap. 40, parr. 60-61, Corpus Cristianorum, Series Latina, XXXII, 73-75.
42.Este es el final del quinto sermón del 19 de noviembre de 1527 y el comienzo del sexto del 20 de noviembre.
43.Probablemente es una referencia al refrán acerca de que un huevo podrido estropea la nidada, según la frase latina ob ovo usque ad mala, refiriéndose a la sopa de huevos, o al español «la manzana podrida».
44."En alemán decimos"..., también en castellano, luego sería mejor traducir: "El refrán popular dice...", o similar.
45.Se trata de la fórmula introductoria de los decretos papales según la legislación papal y la ley canónica.
46.Sobre Espiridión véase Casiodoro, Historia Tripartita, vol. I, cap. 10, Patrología, Series Latina, LXIX, 895-896.
47.No está claro si Lutero se refiere a un decreto papal de su tiempo o a alguno recopilado en las colecciones de los decretos papales y sus glosas.
48.Aquí el latín de Lutero es algo oscuro. Hemos seguido la interpretación dada por los editores de Weimar.
49.Este es el final del sexto sermón del 20 de noviembre de 1527 y el comienzo del séptimo del 2 de diciembre.
50.El texto dice universam, pero el contexto sugiere que probablemente el sentido era perversam.
51.El texto de Weimar dice reeipit, pero hemos traducido por recipit.
52.Agustín, De civitate Dei, vol. IV, cap. 10, Corpus Cristianorum, Series Latina, XLVII, 106-108. La abominación.
53.Erasmo, Paráfrasis in epistolam ad Titum, ad. 1:16.
54.Al parecer alude a Josué 7:26.

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